El trabajo de cuidados: bases conceptuales desde los feminismos

Patricia Celi Medina Migrante ecuatoriana y vecina de Barcelona desde el 2017. Actualmente es investigadora predoctoral de la Cátedra UNESCO Mujeres, Desarrollo y Culturas de la Universidad de Vic-Universidad Central de Catalunya. Su intereses de investigación se han centrado en explorar, en clave de feminista, los roles y diálogos entre el ámbito comunitario, familiar y […]

Patricia Celi Medina

Migrante ecuatoriana y vecina de Barcelona desde el 2017. Actualmente es investigadora predoctoral de la Cátedra UNESCO Mujeres, Desarrollo y Culturas de la Universidad de Vic-Universidad Central de Catalunya. Su intereses de investigación se han centrado en explorar, en clave de feminista, los roles y diálogos entre el ámbito comunitario, familiar y de las políticas locales en la provisión de cuidados en torno a las personas mayores en Quito y en Barcelona

 

Introducción

Los cuidados atraviesan una historia de dos extremos marcada por una desigualdad económica fuera de control. Como lo explica (OXFAM, 2020) hoy por hoy vivimos en un modelo económico defectuoso y sexista. En lo más alto de este modelo se encuentra una pequeña élite rica con fortunas inimaginables, que van incrementando día a día su riqueza sin apenas esfuerzo, más allá del valor añadido que pueden aportar o no a la sociedad.

Esta élite exclusiva está formada por el 1% más rico de la población que posee más del doble de riqueza que 6900 millones de personas. En esta misma élite se puede encontrar por ejemplo a los 22 hombres más ricos del mundo que poseen más riqueza que todas las mujeres de África (OXFAM, 2020). Por su parte, en la parte más baja de este modelo se encuentran a las mujeres y niñas, especialmente aquellas que están en situación de pobreza o pertenecen a colectivos excluidos, que dedican al trabajo de cuidados no remunerado aproximadamente 12.500 millones de horas diarias, a cambio de unas condiciones de vida que están lejos de ser emancipadoras y dignas, y se acercan más a la precariedad y a la vulneración sistemática de derechos (OXFAM, 2020). Sin embargo, el trabajo que realizan estas mujeres y niñas es imprescindible para la vida de toda la sociedad.  Este trabajo, es decir el trabajo doméstico y de cuidados, es la base sobre la que se asienta el bienestar de las familias, así como la salud y la productividad de la mano de obra.

En este marco, el siguiente texto tiene como objetivo poner sobre la mesa conceptos básicos alrededor de aquel trabajo que sostiene la vida y prosperidad de hogares y comunidades: los cuidados. Se ahondará en los principales aportes del movimiento feminista para entender cuál es la importancia social y económica del trabajo de los cuidados y reflexionar sobre qué podemos hacer colectivamente para construir sociedades que pongan los cuidados en el centro de todas las actuaciones y decisiones.

Economía Feminista

Desde la década de los años setenta, la Economía Feminista, un campo de estudio crítico impulsado por diversos segmentos de los movimientos feministas en Europa y Norte América ha realizado una crítica a las tradiciones más clásicas y neoclásicas del pensamiento económico. La Economía Feminista entiende, por una parte, que economía son todos los procesos de generación y distribución de recursos que permiten satisfacer las necesidades de las personas y generar bienestar, pasen o no por las actividades vinculadas a los mercados Por otra parte, también comprende que trabajo son todas las actividades humanas que sostienen la vida, no sólo aquéllas que se realizan a cambio de unos ingresos (Pérez Orozco & Agenjo, 2018)  La Economía Feminista analiza la economía no en función de los movimientos en los mercados, sino en función de la sostenibilidad de la vida. Y también comprende al trabajo más allá de las actividades que se realizan para obtener unos salarios.

La economía no se ve como el sumatorio de acciones individuales de personas autosuficientes, sino como una red de interdependencia entre la producción y la reproducción. La esfera de la producción es la que siempre ha sido visibilizada porque constituye el espacio monetizado y masculinizado de la vida y está constituida por los mercados y el estado. En ella se dan el trabajo remunerado, los flujos monetarios (créditos, remesas, etc.) e intercambios mercantiles. En cambio, como parte de la punta invisible del iceberg se encuentra la esfera de la reproducción, o el espacio no monetizado de sostenibilidad de la vida. En esta esfera ocurren múltiples formas de trabajo no remunerado, altamente feminizados, que han sido denominados a través de diversas maneras: de cuidados, comunitarios, de reproducción, doméstico, de subsistencia, etc. (Ver gráfico 1) (Pérez Orozco & Agenjo, 2018). Pensando en la idea de que “lo que no se nombra no existe”, al reconocer estos términos se casa a la luz trabajos históricamente invisibilizados, asignados a mujeres en el seno de los hogares, realizados de manera gratuita y mal pagada, que son imprescindibles para el funcionamiento de la esfera productiva de la vida y la generación del bienestar.

Gráfico 1: El Iceberg

 

Fuente: Economistas sin fronteras (2022)

Al centrarse en los trabajos de cuidados como campo de estudio, la Economía Feminista identifica la tensión fundamental del sistema capitalista que alimenta las estructuras de desigualdad mencionadas en el inicio de este texto. La contradicción entre el proceso de acumulación de capital o producción y los procesos de reproducción de la vida. Para la producción, el objetivo es alcanzar el beneficio económico y por lo tanto los trabajos que permitan asegurar la productividad de la mano de obra son un medio y una variable de coste fácilmente ajustable para alcanzar esa meta. En cambio, para la reproducción, el objetivo es el bienestar de las personas y las condiciones de vida mientras que la producción de mercancías es tan solo el medio para ese fin. No obstante, en el capitalismo el proceso priorizado es la acumulación de capital que permite a los grandes acumuladores de riqueza mantener y concentrar sus privilegios. Es por esto que, el conjunto social está puesto al servicio del beneficio económico de los mercados y el poder corporativo (Pérez Orozco & Agenjo, 2018). Mientras tanto, no se asume colectivamente la responsabilidad de generar condiciones de vida dignas. Los procesos vitales se ven entonces amenazados por la lógica de funcionamiento de los mercados capitalistas. En este punto la Economía Feminista es enfática al afirmar que son los cuidados aquellos trabajos que reparan las secuelas del daño hecho por los mercados y hacen todo lo que sea necesario para que la vida, mal que bien, salga adelante. Es el sistema económico, patriarcal y capitalista el que impone estos trabajos a personas muchas veces explotadas y empobrecidas que sostienen silenciosamente la vida que el capitalismo arremete (Pérez Orozco & Agenjo, 2018).

El trabajo de cuidados

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) define el trabajo de cuidados como todas aquellas actividades, en un sentido amplio, llevadas a cabo para dar respuesta a las necesidades físicas, psicológicas y emocionales de una o más personas en la esfera pública y/o en la esfera privada, así como en la economía formal, en la economía informal y de un modo no remunerado(OIT, 2015). En este punto, el concepto de cuidados alcanza una complejidad que pocas veces es reconocida. Por esta razón los cuidados como tal han sido social y políticamente estigmatizados (Ezquerra & Mansilla, 2018). Por un lado, generalmente se ha percibido que la recepción de cuidados está asociada a personas con algún grado de dependencia -ya sea por que se encuentran en el inicio o final de su ciclo vital o porque viven algún tipo de discapacidad funcional-. Este imaginario que concibe a los cuidados como una actividad unidireccional, donde un cuidador “activo” independiente hace algo por un receptor “pasivo” dependiente, desconoce la vulnerabilidad y la interdependencia inherente a la existencia y experiencia humana(Ezquerra & Mansilla, 2018; Pérez Orozco, 2019). Todas las personas necesitamos y proveemos cuidados y atención, con mayor y menor intensidad durante diferentes momentos de nuestra vida. Estos cuidados pueden tomar distintas formas según la etapa vital que estemos atravesando. En algunas circunstancias puede cubrir necesidades de tipo biológico, físico, económico, de socialización, de apoyo emocional, entre otros(Carrasco, 2014). El cuidado entonces tendría que dejar de ser visto como una actividad unidireccional, donde se atiende la dependencia y vulnerabilidad, como accidentes que se presentan en el camino y solo les llegan a los “otros”, cualquiera esos sean. Son rasgos de la condición de todo el mundo, aunque los más favorecidos y privilegiados tienen la capacidad de atenuar o negar su intensidad (Cerri & Alamillo-Martínez, 2012)

Por otro lado, sumada a la estigmatización que acompaña a los cuidados padecida por las personas que los reciben, también se encuentra la estigmatización que viven día a día las personas que los proveen. Ubicados social y políticamente como una responsabilidad que se resuelven principalmente en el ámbito privado de los hogares o en sectores laborales precarizados, los cuidados se han considerado un asunto de las mujeres (género), de bajos ingresos (clase social) y/o migradas (origen nacional/etnia) (Ezquerra & Mansilla, 2018). Según cálculos de (OXFAM, 2020), y como se puede apreciar en el gráfico 2, en el mundo las mujeres dedican 265 minutos por día al trabajo de cuidados no remunerado, frente a los 83 minutos que dedican los hombres. Concretamente en Europa las mujeres dedican 272 minutos y los hombres 132.

Gráfico 2: Tiempo dedicado diariamente al trabajo de cuidados no remunerado, al trabajo remunerado y al trabajo total, por sexo, región y grupo de ingresos, 2019.

Fuente: Economistas sin Fronteras & Andecha (2021) a partir de OXFAM (2020)

Economistas sin Fronteras & Andecha (2021), a partir de los datos de la Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-2010 del Instituto Nacional de Estadística (INE), revelaron que en España las mujeres dedican casi cinco horas en un día promedio a actividades del hogar y la familia, mientras que los hombres dedican un poco menos de dos horas (Ver gráfico 3).

Gráfico 3: Actividades en un día promedio por sexo en España, 2019.

Fuente: Economistas sin Fronteras & Andecha (2021)a partir de Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-10, INE (2010)

Estos datos no solo reflejan la forma injusta y desigual en la que están organizados los cuidados en la actualidad, sino que traen a colación los fenómenos diversos e interrelacionados que se derivan del reparto desigualdad de las responsabilidad de cuidados, sobre todo en la vida de las mujeres: precariedad laboral, segmentación del mercado laboral, la feminización de la pobreza, las dobles jornadas, la pobreza de tiempo, la renuncia a proyectos personas de vida, el aislamiento social, e incluso la violencia(Ezquerra & Mansilla, 2018). Por ejemplo, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística (2021), en 2020 cuando se les preguntó a mujeres y hombres sobre las razones por las se encontraban trabajando a tiempo parcial el 14,3% de mujeres respondió que lo hacían porque se encontraban al cuidado de otras personas en alguna situación de dependencia, mientras que solamente el 2,9% de hombres contestaron lo mismo. Sin embargo, ellos expresaron en porcentajes mayores trabajar a media jornada porque se encontraban haciendo cursos de enseñanza o formación. Esto demuestra cómo la imposición de los trabajos de cuidados sobre los hombros de las mujeres tiene implicaciones en varios niveles: son ellas quienes dejan de lado proyectos personales y profesionales en otros ámbitos para asumir tareas de cuidado, en medio de un escenario generalizado en el que existe también diferencias de ingresos notables entre hombres y mujeres. Así, la pobreza en término de tiempo para padecen las mujeres agranda aún más la brecha de género.

Igualmente, a largo plazo las repercusiones de la concentración de las tareas de cuidado en los hogares y en concreto en las manos de las mujeres se dejan ver en los potenciales contextos de exclusión social a los que ellas se enfrentan debido a la falta de garantía de condiciones sociales y económicas de vida digna que les permita conciliar el trabajo de cuidados con su vida laboral remunerada y personal. Consecuentemente, la situación de inferioridad de las mujeres en el mercado laboral da pie, en muchos casos, a que en situaciones de necesidad de cuidados familiares sean ellas quienes realicen una jornada laboral reducida o abandonen su trayectoria laboral profesional para dar respuesta a tales cuidados. Esto sumado a otras condiciones propias de desigualdad y discriminación derivadas de la división sexual del trabajo colocan a las mujeres en una situación permanente de vulnerabilidad social. Una muestra de ello, son los datos revelados por el Instituto Nacional de Estadística (2021), que en 2020 reportó que, desde los 30 años en adelante, las mujeres presentan tasas mayores de riesgo de pobreza o exclusión social a comparación de los hombres.  Así por ejemplo las mujeres entre los 30 a 44 años tienen una tasa de riesgo de pobreza de 27,7% a comparación del 23,6% de los hombres.  La taza de las mujeres entre los 45 y 64 años es de 27,3% frente al 25.5% de los hombres. La taza de las mujeres de 65 años y más es de 22,2% versus el 18.4% de los hombres.

Estas situaciones y otras tantas relacionadas con la articulación entre el ámbito de los cuidados no remunerado y el mercado laboral refuerza la feminización de la pobreza y de la precariedad, tanto en la vida adulta como en la vejez. Así, según datos del Instituto Nacional de la Seguridad social (2022), hasta abril de 2022, existe un total de 3.748.312 hombres que cobran una pensión contributiva de jubilación, versus 2.490.348 mujeres. Las cuantías medias de las pensiones masculinas son de 1.413,88 euros y, las de las mujeres, de 971,07 euros. Ello, como se ha mencionado antes, se traduce en una mayor tasa de riesgo de pobreza entre las mujeres mayores que entre los hombres, así como en más carencias materiales y más dificultades para llegar a fin de mes.

Ahora bien, cuando se trata de la situación de las trabajadoras remuneradas del hogar y los cuidados, también es posible advertir una acentuación incluso más profunda del estigma social y político que circunda a los cuidados que se ha mencionado anteriormente. A partir de los años 1990, la emigración de un gran número de mujeres del Sur hacia el Norte global ha estado cubriendo la demanda de trabajo de cuidados en los países del norte. El empleo de mujeres inmigrantes, en la mayoría de los casos sin garantías de condiciones laborales justas y dignas, ha constituido la solución de las familias para conciliar el tiempo de cuidados y el tiempo laboral(Benería, 2019).

Según datos de OXFAM (2021)en España existen 550.000 empleadas del hogar. La mitad de este número son migrantes. Unas 40.000 mujeres trabajan como internas, 9 de cada 10 de ellas son extranjeras y 1 de cada 4 cuida a un adulto dependiente. El 36% del trabajo del hogar es informal, con jornadas parciales -en su mayoría involuntarias-. Así mismo, 1 de cada 4 trabajadoras desempeñan su trabajo en la economía sumergida. De ellas, la mitad se encuentra en situación administrativa irregular. Aún así, cabe tener en cuenta que las cifras de la informalidad en el sector son mayores dado que no todas las personas empleadoras de mujeres que trabajan por horas pagan sus cotizaciones. Así mismo, la capacidad de negociación de las mujeres trabajadoras del hogar y los cuidados es extremadamente limitada, lo que las deja expuestas a abusos o violaciones de derechos laborales. Sus condiciones se han venido caracterizando por la precariedad, ya que carecen de prevención de riesgos laborales, prestación por desempleo o protección por despido: La acción sindical en este sector no existe. El 85% de las mujeres que trabajan por horas se encuentra entre el 10% de personas asalariadas con menos ingresos. No tienen prestación por desempleo, protección contra el despido ni, en muchos casos, posibilidad de acceso a prestaciones de asistencia social(OXFAM, 2021).

Para hacer de frente a estas situaciones injustas, en junio de 2022, después de una larga batalla de las trabajadoras del hogar y los cuidados, el gobierno español ratificó el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo de empleo decente para las trabajadoras del hogar, que implica la equiparación de derechos laborales y de protección social con otros empleados. Aunque todavía resta mucho por ver los cambios que conllevará la adhesión de España a este instrumento internacional para la mejora real de la vida y condiciones de empleo de estas trabajadoras, también urgen atender las políticas de atención a la dependencia o de gestión de las migraciones que tienen una íntima relación con el sector remunerado de los cuidados en el país.

Crisis de los cuidados

Como se ha demostrado antes, la generación de beneficio económico en las sociedades ha dependido históricamente del trabajo invisibilizado, gratuito y supuestamente altruista impuesto a las mujeres en el seno de los hogares y las familias. La supervivencia y reproducción de las economías productivas ha sido posible gracias a los trabajos reproductivos a los que han sido relegadas las mujeres. Esta organización injusta de los cuidados ha provocado la denominada “crisis de los cuidados” o la puesta en evidencia y agudización de las dificultades de amplios sectores de la población para cuidarse, cuidar o ser cuidados(Ezquerra, 2011). Dichas dificultades se han acentuado debido a la interrelación de varios cambios demográficos, económicos y sociales acaecidos en las cuatro últimas décadas. Entre ellos cabría destacar, como bien los expone Ezquerra (2011):

  • El envejecimiento de la población y el aumento de la esperanza de vida, los cuáles han conducido durante los últimos años en una creciente demanda de cuidado.
  • Desde los años 80 se ha hecho evidente una importante disminución de la disponibilidad de las mujeres para cuidar en el hogar y, por consiguiente, de la oferta de cuidado, debido al espectacular incremento de la participación de las mujeres en el mercado laboral.
  • La expansión en los últimos años de las políticas neoliberales de recortes sociales, las cuales limitan severamente los recursos públicos para cubrir el vacío generado por el aumento de la necesidad de cuidado y el descenso de personas (léase mujeres) disponibles para llevarlo a cabo.

Todas estas circunstancias, junto con la ausencia de corresponsabilidad por parte de la mayoría de los hombres respecto a las tareas del cuidado y a la impunidad disfrazada de libertad con la que actúan los mercados para conseguir el beneficio económico, ha derivado en un problema social de primera magnitud. De hecho, la importación de mano de obra inmigrante -concretamente mujeres trabajadoras remuneradas del hogar y los cuidados- ha sido la manera en la que la mayoría de sociedades del Norte Global han afrontado la creciente brecha entre la oferta y demandas de cuidados en un contexto neoliberal de debilitamiento de derechos sociales y servicios públicos(Galvéz Muñoz, 2016).

Economía de los cuidados

Como una forma de visibilizar y valorizar el trabajo de cuidados realizado en las familias que no es remunerado ni reconocido, y también de fomentar que el trabajo de cuidados remunerado se lleve a cabo en condiciones dignas(Ezquerra & Mansilla, 2018), la Economía Feminista la impulsado el concepto de “Economía de los cuidados”, el cual aborda los cuidados desde una dimensión tanto económica, como social y política puesto que, como lo explican Ezquerra & Mansilla (2018):

  1. Reconoce que las economías consideradas productivas se benefician del trabajo de cuidados que no es reconocido ni remunerado y, por lo tanto, apuesta por sacarlo de la invisibilidad.
  2. Pretende combatir las múltiples desigualdades sociales que acompañan tanto la provisión como la recepción de cuidados.
  3. Defiende fomentar la corresponsabilidad entre las administraciones públicas, la esfera familiar, la esfera comunitaria y el mercado en la provisión y recepción de cuidados de un modo justo y digno.

La Economía de los Cuidados aborda de forma integral e integrada todos los factores de los que depende el bienestar de las personas: el acceso a servicios, recursos y apoyo, las condiciones laborales en el mercado de trabajo remunerado, la organización y distribución de tiempo personal, familiar, doméstico y de cuidados y laboral, las condiciones materiales y espaciales para desarrollar actividades cotidianas, etc., y reclama convertirlos en el centro de los objetivos sociales y económicos y de todas las prioridades políticas. Tal cual lo mencionan Ezquerra & Mansilla (2018), el gran potencial de la Economía de los Cuidados consiste en contribuir a (1) poner fin a la reclusión e invisibilización que los cuidados han sufrido históricamente en el ámbito familiar;  a (2)  desmitificarlos como una responsabilidad exclusiva de mujeres y los hogares y ajena al mundo económico; y a (3) colocarlos como un fenómeno objeto de intervención pública y de acción social y económica, no solo como una serie de actividades que hay que cumplir, sino como un conjunto de necesidades que deben ser satisfechas.

Además, una mayor centralidad de la economía de los cuidados puede contribuir a sustituir el beneficio económico y la productividad como horizontes de las decisiones y agendas políticas y económicas, y poner en su lugar al bienestar de las personas y el sostenimiento de la vida(Ezquerra & Mansilla, 2018).

Derecho al cuidado y consideraciones finales

Una de las vías para alcanzar las apuestas de la Economía de los Cuidados, consiste en considerar los cuidados como un derecho universal que debe ser garantizado por las administraciones públicas mediante arreglos institucionales, normativos y presupuestarios suficientes para abordar todos los desafíos que ello implica en la vida socioeconómica de las sociedades. Según Batthyány (2020) existen tres dimensiones que deberían asegurarse para que la materialización de este derecho social se convierta en una realidad. En primer lugar, el derecho a recibir los cuidados necesarios en distintas circunstancias y etapas del ciclo vital, evitando que la lógica del mercado, la disponibilidad de ingresos u otros determinantes sociales, así como la presencia de redes vinculares o lazos afectivos, condicionen la satisfacción de esa necesidad. En segundo lugar, el derecho de elegir si se desea o no cuidar y en qué medida hacerlo, en el marco del cuidado familiar no remunerado. Finalmente, el derecho a condiciones laborales dignas en el sector del trabajo de cuidados remunerado, valorizando social y económicamente la tarea como un componente necesario del bienestar social. Aun así, hay que tomar en cuenta que el solo hecho de que se reconozca el derecho al cuidado no garantiza que este se provea y reciba en condiciones de igualdad, calidad y cantidad suficiente (Batthyány, 2020). Por ello, es necesario impulsar y favorecer el sostenimiento de procesos de empoderamiento tanto individual como colectivo para llevar adelante espacios y acciones compartidas de incidencia y transformación de las estructuras que sostienen la actual organización social de los cuidados con el objetivo de hacerla más justa y equitativa.

Para avanzar con este propósito las alianzas, organizaciones y movilizaciones promovidas desde abajo tendrían que construir colectivamente estrategias para que, por un lado, la sociedad en su conjunto se organice de manera tal que todas las personas puedan contribuir productiva y reproductivamente para garantizar el sostenimiento de la vida.  Y, por otro lado, para desplazar la centralidad de la economía productiva de la vida social, política y económica. No debería existir una oposición dicotómica entre proveer (ámbito productivo) y cuidar (ámbito reproductivo), pues ambas esferas dependen mutuamente de la otra y deberían estar orientadas a garantizar el bienestar y las condiciones de vida, en lugar de buscar y prevalecer la mera acumulación del beneficio económico, que como se ha visto, solo ha servido para beneficiar a la élite concentradora de la riqueza. En otras palabras, como lo ha expresado Nancy Fraser (2015), podemos y debemos aspirar a que los cuidados sean responsabilidad prioritaria, tanto de los hombres como de las mujeres, y podemos y debemos aspirar también a que sean asumidos y prestados en condiciones de dignidad y justicia por múltiples actores sociales: administraciones públicas, comunidades y familias. Esos deseos y aspiraciones que son el faro movilizador de muchas luchas sociales tomarán como base el impulso de combatir las múltiples desigualdades socioeconómicas, raciales, y sexuales que hasta ahora han caracterizado a la organización de los cuidados, pero encontrarán un fin en la ciudadanía empoderada.

Bibliografía

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