El papel de los Ecofeminismos en el planteamiento de un nuevo horizonte ecosocial

El papel de los Ecofeminismos en el planteamiento de un nuevo horizonte ecosocial   Artículo escrito por MGiulia Costanzo Talarico: Socióloga y activista ecofeminista. Investigadora en el Grupo de investigación EcoEcoFem de la UPO, afiliada del Observatorio de Género Política y Desarrollo – GEP&DO La “crisis de crisis” El Cambio Climático ha pasado de ser […]

El papel de los Ecofeminismos en el planteamiento de un nuevo horizonte ecosocial

 

Artículo escrito por MGiulia Costanzo Talarico: Socióloga y activista ecofeminista. Investigadora en el Grupo de investigación EcoEcoFem de la UPO, afiliada del Observatorio de Género Política y Desarrollo – GEP&DO

  1. La “crisis de crisis”

El Cambio Climático ha pasado de ser un argumento “de moda” al materializarse en una preocupación concreta, debido a los múltiples desastres en todo el planeta y el calentamiento global, responsable de las temperaturas más “anómalas” registradas, entre otros. Se trata de la punta del iceberg de una situación en realidad muy compleja; son muchas las crisis a las que se apunta con intranquilidad, y si bien el concepto de crisis forma parte de los debates internacionales desde hace varias décadas y con referencia a diversos ámbitos, a nivel mundial a menudo se habla de crisis económica global para describir la inestabilidad actual, describiendo las diferentes crisis como “efectos colaterales” que precisan “soluciones”. Sin embargo, la crisis a la que nos enfrentamos no solo es relativa a la economía, es una crisis multidimensional con repercusiones a nivel social y ecológico, en todo el mundo.

Hablando de la crisis multidimensional, Cristina Carrasco denuncia «un sistema depredador al que no le preocupan las condiciones de vida de las personas, que en su afán de lucro está poniendo en peligro el planeta y las condiciones ambientales de vida» (2017, p. 68). Más que un efecto, la “crisis” es un elemento fundacional del sistema neoliberal y al mirarlo bien, funciona como una «crisis de crisis» de un sistema económico específico (Costanzo Talarico, 2023), el sistema capitalista global (o neoliberal), y se presenta como un modo estratégico de acumulación que utiliza la “crisis” como fuente (estructural) para su rentabilidad. La crisis “económica” representa un sistema biocida que causa devastación ambiental y desigualdades estructurales. De esta forma, las diferentes crisis –económica, financiera, de cuidados, humanitaria, ecológica, climática, agroalimentaria, sanitaria, etc.– son parte del mismo sistema: si quisiéramos representar el sistema capitalista global con una imagen mitológica podríamos visualizarlo como el monstruo de la Hidra de Lerna, una serpiente policéfala cuyo número variaba de tres hasta diez mil. La leyenda narra que, al decapitar una cabeza, la Hidra se regeneraba con dos o tres más. Con esta metáfora se subraya la necesidad de un análisis capaz de conectar más crisis a un sistema común, es decir, visibilizar que hay muchas “cabezas”, para un único monstruo con el cuerpo (Costanzo Talarico, 2023).

La fractura ecológica se hace cada día más patente: en los últimos años hemos sido testigos de catástrofes ambientales sin precedentes, registrando el mayor aumento de emisiones de CO2 de la historia (Moore, 2023), y una gravísima pérdida de biodiversidad provocada en gran medida por la agroindustria. Pero otra fractura es aquella epistemológica, y se refleja a nivel social y cultural; Vandana Shiva (2006) destaca que los valores del sistema neoliberal son parte de una «cultura de la muerte» que se interesa solo de producir ganancias y poder. De hecho, Ramón Grosfoguel (2022) afirma que la “crisis” no se restringe a la economía, se trata de una crisis civilizatoria. En efecto, las políticas extractivistas actuales fomentan despojo contante, destruyendo los territorios y las comunidades que los habitan, y mostrando una única preocupación: la maximización de los beneficios que deriva de la extracción y privación de recursos considerados medios de producción.

  1. Otro paradigma

La necesidad de un cambio de paradigma es evidente. Son muchas las propuestas desde la academia y los movimientos sociales que proponen nuevos proyectos políticos y la creación de una economía alternativa, alimentando el debate para la construcción de un paradigma que facilite una transición justa y sostenible.

Uno de los conceptos que se ha abierto paso en este sentido es el de “decrecimiento”, que ha aportado importantes críticas al desarrollo sostenible como responsable de la perpetuación de un modelo que sigue sin respetar los ritmos biofísicos del planeta, y destacando por tanto la urgencia de detener el crecimiento descontrolado que está llevando al ser humano a la autodestrucción (Latouche, 2008). En otras palabras, el término promueve la crítica a los parámetros de una economía convencional que no tiene en cuenta los riesgos de un desarrollo ilimitado. El decrecimiento se ha propuesto como un nuevo paradigma, con el desafío de “vivir mejor con menos” y fomentar una sostenibilidad que incluya aspectos de justicia social además de ecológicos. Se trata de una propuesta intelectual muy interesante, que sin embargo ha recibido críticas de expertos de países no occidentales que denuncian que su aplicación es posible en particular en el Norte global, donde se puede “decrecer”. Por el contrario, en los países del Sur global el “decrecimiento” no es siempre practicable ya que hay condiciones diferentes a los países “desarrollados”, por razones estructurales y coloniales.

Del mismo modo, otra critica fundamental procede del pensamiento feminista, que alerta que, para construir un paradigma alternativo, no es suficiente plantear una justicia social “neutra”, sino que es necesario visibilizar cuestiones estructurales a nivel profundo y, por tanto, reflexionar sobre la relación entre los seres humanos y entre la humanidad y la naturaleza. En «verde que te quiero violeta», Anna Bosch, Cristina Carrasco y Elena Grau (2005) señalan que la sostenibilidad debe implicar: «una relación armoniosa entre humanidad y naturaleza y entre humanos y humanos. De lo contrario, será imposible hablar de sostenibilidad si no va acompañada de equidad» (p. 322). En efecto, la imposición de la división sexual del trabajo ha provocado que las necesidades físicas, biológicas y emocionales universales han sido cubiertas por un papel desempeñado históricamente por las mujeres, y, al mismo tiempo, el trabajo de cuidados no remunerado realizado por las mujeres en el ámbito doméstico ha sido totalmente invisibilizado e ignorado (Federici, 2018). De esta forma, el dualismo constituido por el privilegio otorgado al trabajo “productivo” del hombre, ha justificado la explotación sistemática de los cuidados, tratando el cuerpo de las mujeres como propiedad privada para garantizar la descendencia paterna y desvalorizando el trabajo de cuidado. Por otro lado, es fundamental reconocer que la dominación de los cuerpos de las mujeres y de los territorios han sido dos caras de la misma moneda para la explotación de los territorios y el mantenimiento del orden político (LasDantas LasCanta, 2017).

Por lo tanto, la propuesta de un nuevo paradigma requiere incluir también una crítica ecofeminista del sistema. Como explica Alicia Puleo, históricamente el «punto de vista parcial masculino hace del varón y de su experiencia la medida de todas las cosas» (Puleo, 2013, p. 223), creando un sujeto único de la universalidad, objetividad, neutralidad y racionalidad, que, además, encarna el agente económico por excelencia, el homo economicus: un ser racional, independiente, egocéntrico, autosuficiente. Así que, el «BBVAh: el sujeto blanco, burgués, varón, adulto, con una funcionalidad normativa, heterosexual» (Pérez Orosco, 2017, p. 39), es el sujeto que concentra el poder y los recursos en sus manos, mientras que, al revés, el conocimiento y las funciones de las mujeres han sido desatendidas y anuladas (Federici, 2018), por ser consideradas como “reproductivo” y por tanto “improductivo”.

 

  1. La perspectiva ecofeminista

En los último treinta años, se ha verificado un aumento significativo de la participación de mujeres en las protestas contra las catástrofes ambientales y en las manifestaciones para la defensa de los territorios, y en general, en el activismo campesino y ecologista, en todo el mundo. Como observa Vandana Shiva (2016), son las mujeres, y especialmente las mujeres del Sur global, quienes desempeñan un papel fundamental en el apoyo a los sistemas agroalimentarios locales, protegiendo las semillas y los conocimientos ancestrales. Las mujeres son responsables de reproducir la vida de las comunidades campesinas a través del rol esencial de alimentación, cuidado de personas, animales y territorios (Papucio de Vidal, 2014).

La violencia contra las mujeres es intrínseca al sistema neoliberal y se ha intensificado, adoptando formas que se han fusionado con las estructuras emergentes del patriarcado capitalista (Mies y Shiva, 2014): las mujeres son las principales víctimas de la degradación ambiental y los conflictos socioambientales. En los desastres ambientales causados ​​por el ser humano, como la desertificación, la deforestación o la pérdida de biodiversidad, las mujeres son las más afectadas. Además, la economía de mercantilización también crea una cultura de mercantilización y la creciente cultura de la violación es una externalidad social de las reformas económicas neoliberales (Shiva, 2014). Por todo ello, el cuerpo femenino y la naturaleza libran una lucha común, es decir, la lucha por liberarse de la dominación y la violencia patriarcal, y se entiende la necesidad de un enfoque ecofeminista para visibilizar alternativas sostenibles capaces de mantener la agrobiodiversidad a través de la resiliencia, promoviendo modelos de justicia social y territorial.

La perspectiva ecofeminista es transversal, por lo que es importante resaltar el papel de las mujeres en la reproducción social, y por tanto, en la construcción de la sostenibilidad real, que aquí consideramos como la «sostenibilidad de la vida», que Cristina Carrasco define como: «las múltiples interdependencias e interrelaciones entre lo ecológico, económico, el social y el humano, considerando como prioridad, como objetivo fundamental, las condiciones de vida de las personas, mujeres y hombres y, explícitamente, es un compromiso político para transformar las relaciones de poder capitalistas-heteropatriarcales» (2017, p. 71). Por lo tanto, insisto, el desarrollo de proyectos intelectuales alternativos debe incluir necesariamente la igualdad entre todos los seres, así como el respeto a los territorios y a los seres vivos.

  1. Ecofeminismos

El ecofeminismo es una práctica filosófica que se basa en el activismo y la acción política (Adams y Gruen, 2023), contribuyendo a crear un enfoque crítico que visibiliza la vinculación opresiva entre la sociedad y el medio ambiente y entre las mujeres y los hombres, incrementando al mismo tiempo la participación en la lucha ecologista de las mujeres maginadas como campesinas e indígenas, históricamente invisibilizadas (Zuluaga Sánchez, 2014). Si bien a final de 1970 la palabra ecofeminismo despertó cierto rechazo en el movimiento feminista, porque se asociaba a planteamientos esencialistas que reforzaban el estereotipo mujer-naturaleza (Puleo, 2013), esta perspectiva ha dado la posibilidad de fomentar la urgencia de revisión crítica del proceso de desarrollo de la ciencia y de la tecnología occidentales (Fernández, 2010) como elemento clave en el proceso de dominación, colonización y expansión del capitalismo patriarcal.

Desde el punto de vista teórico, la perspectiva ecofeminista tiene una trayectoria de crecimiento y aprendizaje, mostrada a lo largo de los últimos cuarenta años, a través de reflexiones que han enriquecido los análisis sobre la crisis ecológica y económica desde una perspectiva de género. De hecho, los enfoques ecofeministas convergen en algunos puntos con otras perspectivas críticas como la economía feminista y la ecología política: con la primera comparte una visión sobre la reproducción y la sostenibilidad, mientras que con la segunda converge en el intento de visibilizar las luchas sociales y culturales y delimitar las formas de poder entre el Estado, las multinacionales y las comunidades locales.

Desde un punto de vista práctico, la acción ecofeminista es plural y si bien el término es relativamente “nuevo”, se usa para definir un saber antiguo, como destacan Shiva y Mies (2014), por lo que no hay un solo ecofeminismo, sino varios que dialogan y aprenden unos de otros, contribuyendo a una pluralidad ecofeminista, según el contexto histórico, geográfico, cultural y político desde el que se enuncia, es decir proponiendo alternativas a partir de la identidad y protección del propio territorio.

Al considerar las especificidades de los territorios, los ecofeminismos promueven prácticas de resistencia que representan desafíos sociales de cambio y permiten un diálogo entre diferentes epistemologías, como la rural y la urbana, y entre el Norte y el Sur global; se unen para oponerse a un sistema violento y deconstruir la realidad neoliberal. Tanto en el ámbito rural como en el urbano, los ecofeminismos impulsan la recuperación de identidades culturales que el sistema neoliberal está aplastando (saberes rurales, trueque, recetas tradicionales, etc.) y la protección del territorio y los bienes comunes. Sin embargo, hay que reconocer que en las áreas metropolitanas la recuperación de la memoria biocultural es muy difícil, dado que el “estilo urbano” es resultado del sistema neoliberal, mientras que en las áreas rurales es posible mantener vivas las cosmovisiones locales. De hecho, a menudo hay una tendencia común en opinar que las zonas rurales son “retrógradas”, pero en realidad son los lugares en los que se manifiesta la máxima vanguardia gracias al proceso de concienciación social y política y a la recuperación de la mirada comunitaria. Por lo tanto, a pesar de la estigmatización de lo rural, los ecofeminismos rurales del Sur están inspirando muchas acciones y construyendo puentes a nivel global. Las iniciativas de las Jornaleras de Huelva en lucha, así como su denuncia a la vez feminista, ecologista y antirracista, son una demanda de un modelo productivo alternativo, pero también de igualdad para las mujeres en el campo, de solidaridad y justicia social.

En la misma línea, cabe destacar el feminismo comunitario: el término fue acuñado por Julieta Paredes y Adriana Guzmán para señalar una propuesta teórica y política que surge de prácticas sociales y de un feminismo indígena popular y descolonial. Se define como un “pensamiento-acción” que tiene como eje central la comunidad y la lucha de las mujeres para la recuperación del equilibrio arrancado por la hegemonía occidental (Paredes y Guzmán, 2014). Si bien nació en Bolivia, es una corriente compartida por muchos colectivos latinoamericanos que reivindican los “feminismos de Abya Ayala” (Gargallo, 2014). En Abya Yala no se habla sólo de diferentes feminismos, sino de Mujeres que luchan, como se definieron las mujeres del movimiento zapatista en el primer encuentro internacional organizado el 8 de marzo de 2018 en Chiapas (México). En algunos contextos no occidentales, el término feminismo sufre cierto estigma, por lo que las mujeres construyen prácticas emancipadoras a partir de sus propias coordenadas epistémicas, sus experiencias cotidianas en las comunidades y su participación en los movimientos (Trevilla, Soto y Estrada, 2020). Estos feminismos son inclusivos y consideran que incluso aquellos no designados como tales en otros momentos históricos o en contextos no considerados feministas por el feminismo occidental hegemónico, son prácticas feministas. Además, esta corriente denuncia del capitalismo neoliberal y el patriarcado, y también el proceso de colonización que históricamente ha despojado a los territorios de sus recursos naturales, imponiendo una visión colonial occidental, es decir una lógica etnocéntrica, racista, misógina y heterocéntrica, reprimiendo todo lo que se consideraba “el otro”. Los feminismos “populares”, o “territoriales” en palabras de Astrid Ulloa (2016), son luchas de mujeres que pretenden proteger su comunidad y su territorio, y a pesar de no autodenominarse con la etiqueta “eco”, asumen una visión integral en la que no separan las luchas. Estas son visiones populares, indígenas, campesinas, rurales, no es casualidad que muchas feministas consideradas “defensoras” pertenezcan a esta perspectiva, como por ejemplo Lorena Cabnal, Lolita Chávez y Tania Palencia Prado.

 

  1. Reflexiones finales

Los ecofeminismos, en general, denuncian el ecocidio del sistema neoliberal que en menos de dos siglos ha conseguido devastar la biodiversidad de nuestro planeta y extinguir más especies animales que en toda la historia de la humanidad y, al mismo tiempo, que ejerce una violencia patriarcal perversa contra las mujeres, y especialmente las mujeres racializadas. A nivel global, los ecofeminismos destacan que las mujeres son las principales víctimas de la degradación ambiental provocada por el cambio climático y los conflictos socioambientales. En los desastres ambientales, las mujeres son las más afectadas por la dificultad de obtener alimentos, agua potable o cuidar de sus hijos, hijas y personas mayores o no autosuficientes; y son siempre mujeres las que sufren agresiones sexuales y violaciones cuando las multinacionales expropian territorios del Sur global.

El ecofeminismo como proyecto intelectual propone la transformación de la realidad rompiendo con la estructura de pensamiento dicotómico moderno, y construyendo una perspectiva alternativa que ponga la vida y el cuidado en el centro. Al mismo tiempo, intentan proponer la organización en redes de la sociedad civil, con el objetivo de construir sociedades sostenibles desde un punto de vista comunitario, ecológico, social, intercultural y de género.

La propuesta desde los ecofeminismos es de un enfoque intelectual crítico hacia la deconstrucción del sistema y la construcción de prácticas alternativas para que la existencia de las comunidades sea digna. Por un lado, reivindican el papel histórico de las mujeres con respecto a los cuidados, en un sentido amplio, gracias al cual ha sido posible el mantenimiento de los agroecosistemas, así como la reproducción social; por el otro, señalan que los cuidados no son responsabilidad exclusiva de las mujeres y por ello proponen los cuidados como una corresponsabilidad colectiva.

En conclusión, por su pluralidad de visiones, objetivos y estrategias, la perspectiva ecofeminista es capaz de integrar múltiples enfoques a la vez y, en palabras de Ariel Salleh (2014), de “conectar” y explicar los vínculos históricos entre el capitalismo neoliberal, el mito del progreso moderno, el militarismo, la violencia contra las mujeres, el abuso infantil, el neocolonialismo, la islamofobia, el extractivismo, la apropiación del agua y la tierra, la deforestación, el cambio climático, entre otros.

En definitiva, el enfoque ecofeminista es fundamental en el planteamiento de un paradigma para un nuevo horizonte ecosocial por su capacidad de fomentar soluciones sinérgicas.

 

Referencias

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