Los cuidados en la intersección con el tiempo, el espacio y las condiciones de los territorios donde habitan las mujeres

Los cuidados en la intersección con el tiempo, el espacio y las condiciones de los territorios donde habitan las mujeres.   Ana Falú Arquitecta Argentina, Feminista, Dra Honoris Causa UNR, Profesora Emérita UNC. Directora Maestría MGDH FAUD UNC, Directora Ejecutiva CISCSA Ciudades Feministas, Córdoba, Argentina. Asesora de ONU Mujeres, ONU Häbitat y CGLU.   La corresponsabilidad […]

Los cuidados en la intersección con el tiempo, el espacio y las condiciones de los territorios donde habitan las mujeres.

 

Ana Falú
Arquitecta Argentina, Feminista, Dra Honoris Causa UNR, Profesora Emérita UNC. Directora Maestría MGDH FAUD UNC, Directora Ejecutiva CISCSA Ciudades Feministas, Córdoba, Argentina. Asesora de ONU Mujeres, ONU Häbitat y CGLU.

 

La corresponsabilidad en los cuidados interpela centralmente a la división sexual del trabajo definido por la sociedad patriarcal y androcéntrica, en la asignación y distribución de las tareas domésticas y de cuidados entre hombres y mujeres, en particular el cuidado de las personas en condición de dependencia[1].  ONU Mujeres[2] reconoce el cuidado como trabajo y afirma que el mismo es una carga cada vez mayor para las mujeres, por ello la importancia de reconocer, redistribuir y reducir el trabajo de cuidados.

Hay en esta afirmación un implícito que es una apelación a los gobiernos, ya que las tareas domésticas y el cuidado de personas dependientes no son cuestiones que sólo deban resolverse “puertas adentro” de los hogares. Este es un tema de responsabilidad social y colectiva.

Como lo plantea el Proyecto de Ley “Cuidar en Igualdad” elaborado por el Ministerio de Mujeres, Género y Diversidades y el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, en la creación del Sistema Integral de Políticas de Cuidados de Argentina (SINCA), el cual recupera los aportes y abordajes desarrollados a nivel internacional por el feminismo: el reconocimiento de los cuidados como una necesidad, un trabajo y un derecho para un desarrollo con igualdad para todas, todes y todos.

La propuesta de Ley reconoce en su texto que el cuidado:

Son todas las actividades que hacemos a diario para asegurar nuestra subsistencia y la de las y los demás. Cocinar, limpiar, ordenar, hacer las compras o estar al cuidado de niñxs, personas mayores o personas con discapacidad que requieran apoyos de algún tipo. Son tareas relacionadas con la reproducción, el bienestar y el sostenimiento de la vida, porque todas, todes y todos fuimos, somos y seremos cuidadas/os en algún momento de nuestra vida”.

El cuidado es un pilar central del bienestar social y cuando éste adquiere dimensión pública, comunitaria, vecinal, es un tema crítico para la calidad de vida de las mujeres. Existe consenso acerca de la responsabilidad casi exclusiva de las mujeres del trabajo reproductivo, doméstico y de cuidados y se cuenta con una extensa producción sobre el tema (Véase: Durán (2000, 2002, 2008, 2009, 2012, 2018), Aguirre (2003, 2008, 2009, 2014), Batthyány (2004, 2007, 2009, 2021), Falú, Morey y Rainero (2002), Falú (2017, 2022), entre otras). La elevada informalidad y el trabajo de cuidados que recae sobre las mujeres, según Oxfam (2022) mantiene a 4 millones de mujeres en Latinoamérica y el Caribe fuera del mercado laboral.

En Argentina, la Encuesta Nacional del Uso del  Tiempo (ENUT, INDEC, 2022) da cuenta que el 91,6% de las mujeres realizan tareas domésticas o de cuidado no remunerado frente al 73,9% de los varones, sin especificar qué tareas asumen unas u otros, lo cual confirma la división sexual del trabajo, que se define en la idea de: “hombres vinculados al trabajo productivo —generadores de ingresos— y mujeres como responsables únicas y exclusivas del trabajo doméstico y reproductivo  —cuidado de los hijos y organización del hogar—” (Falú, Falú, 1998, citado en Falú, 2014a, p. 59). Por el contrario, el 55,5% de los varones realizan actividades remuneradas en el mercado laboral, frente al 36,9% de las mujeres. Las mujeres sin tiempo, son las que más buscan trabajo. Al tiempo que interesa situar los cuidados en la post crisis sanitaria y en la presente crisis económica.  El costo del cuidado, cuánto aportan las mujeres al desarrollo con su trabajo invisibilizado y devaluado, es una de las facetas que trabajan las economistas feministas; otra crítica y central, es retribuir económicamente este trabajo. María de los Ángeles Durán[3] plantea que será muy difícil, dado que el costo para la sociedad y los Estados es altísimo, millones de personas son cuidadas por mujeres, al tiempo que la socióloga española advierte sobre la precarización de los trabajos de cuidados, al decir que no querríamos que el reconocimiento y generación de trabajos de cuidados, sea mal retribuido. Aspiramos a buenos y mejores ingresos para las mujeres.

 

 

Silvia Federici afirma: “Debemos admitir que el capital ha tenido mucho éxito escondiendo nuestro trabajo. Ha creado una obra maestra a expensas de las mujeres. Mediante la denegación del salario para el trabajo doméstico y su transformación en un acto de amor, el capital ha matado dos pájaros de un tiro” (2013, p.38). Desde su posición marxista, la autora aporta sobre el trabajo no remunerado, soporte del capitalismo. Ana Falú (2020), matiza su afirmación considerando que también hay amor en la tarea de cuidar, y propone la “huella empática del cuidado” en las mujeres, distinguiendo la empatía femenina -la que ha permitido sostener la vida, no sólo humana, aunque principalmente, de la falta de empatía construida por el patriarcado Es necesario interpelar la división que instala la modernidad de trabajo productivo y reproductivo, ya que no hay producción sin reproducción. En este sentido, las mujeres también aportan al desarrollo y a la producción desde ese trabajo reproductivo y de cuidado, devaluado e invisibilizado. Los estudios de las economistas feministas (Elson 1999, Rodríguez Enriquez, 2005 y otras) dan cuenta de ello entre los cuales, es decisiva por su influencia en América Latina la metodología de las cuentas satelitales (Durán, 2006). La misma, contabiliza el aporte de las mujeres, por el método de la sustitución, el valor monetario que tienen en el mercado esas tareas que las cuidadoras realizan mayoritariamente. En Argentina representa el 16% (Gobierno Nacional Argentina, 2020) y en Uruguay, el 26.6% (Aguirre, 2009) del PBI (Falú y Colombo 2022[4]).

El cuidado es un concepto complejo es una teoría en construcción. Sin embargo, existen acuerdos que lo definen como el conjunto de actividades interdependientes, indispensables para satisfacer las necesidades básicas e imprescindibles para la existencia y el mantenimiento cotidiano de las personas (Elson, 1999, Aguirrre, 2008, 2009, 2014 Zibecchi, 2014). Y como afirman varias autoras, es preciso considerar también las tareas de organización y gestión cotidiana del bienestar (Durán, 2018). Según Batthyány (2004), es necesario al menos tres dimensiones para el análisis: hacerse cargo del cuidado material, que implica “un trabajo”; hacerse cargo del cuidado económico, que implica un “costo económico”; y hacerse cargo del  cuidado psicológico, que implica un “vínculo afectivo, emotivo, sentimental”.

La línea de desigualdad atraviesa a las propias mujeres, no es igual ser mujeres pobres que mujeres ricas para el reconocimiento y la redistribución lo cual es inherente a la reducción del tiempo de cuidar. Las mujeres son la mayoría del mercado informal, y las que buscan más trabajo según CEPAL  Al tiempo que sabemos de la mayor demanda de cuidados, conocemos que en general ha disminuido drásticamente el índice de fertilidad en las últimas cinco décadas, al cruzar ingreso con número de hijos e hijas, se observa que las mujeres más pobres tienen más del doble de hijos que las mujeres más ricas (CEPAL 2018).  Según información de SIEMPRO[5], el porcentaje de jefaturas femeninas entre los hogares pobres (47%) es superior al de jefas mujeres en el total de jefaturas (45%). El porcentaje de hogares indigentes con jefatura femenina resulta incluso más elevado (54%).  Las mujeres bajo la línea de pobreza son mayoría, y entre éstas un alto porcentaje son únicas responsables de sus hogares y dependientes. Por otra parte y según los datos del INDEC 2012,  el 10% de las personas mayores de 60 años, aproximadamente 743.000,  presentan dependencias severas, son quienes no pueden resolver sus necesidades básicas, por sus propios medios, tales como alimentarse, bañarse o vestirse. De este 10%, el 77%  son cuidados por sus familias, o sea, la tarea recae en las mujeres (ENCAVIAM – INDEC , 2012).  Al tiempo que el 12.9% de la población (más de 5 millones de personas) tiene alguna discapacidad en Argentina, según la información a noviembre de 2020, se registraban 1.352.301[6] CUD vigentes, esto refiere al Certificado Único de Discapacidad que entrega el Estado junto a un conjunto de políticas.

Este enorme conjunto de personas son cuidadas gracias a la entrega de horas que prestan mayoritariamente las mujeres para sostener a quienes están en situación de dependencias, pero no sólo, en general sostienen a los miembros de los hogares. Lo dicho demanda no sólo el reconocimiento del cuidado como trabajo, sino también como derecho y el derecho a cuidar. Al tiempo que es necesario reconocer estos cuidados como responsabilidad colectiva y social por sobre las soluciones individuales o familiares, que finalmente recaen en responsabilidad y carga individual para las mujeres más que para las familias.

Lo que se interpela, entonces, no es solo la división sexual del trabajo, en la naturalización que el patriarcado ha construido por siglos asignando roles según sexo,  naturalizando los mismos en base a definiciones biologicistas y sexuadas, y basadas en la concepción de un mundo binario, heterosexual que niega las diversidades de identidades sexuales.

Las tareas de cuidado siguen siendo consideradas una externalidad y no una dimensión decisiva a ser incorporada en las políticas para caminar hacia consolidar sociedades más equitativas e igualitarias. Un campo de estudios y acción de políticas es el urbanismo, la planificación urbana,  el cual a pesar de los numerosos avances e hitos en la forma de pensar y reflexionar sobre la ciudad y los asentamientos; desde la inauguración de Henri Léfébvre del concepto del derecho a la ciudad (Le droit a la ville, 1968), pensado en clave androcéntrica, de varones como el sujeto universal, hubo numerosos aportes no bien reconocidos interpelando la ausencia de las mujeres en el pensamiento sobre las ciudades.  Algunas, las más decisivas quizás, como Jean Jacobs, Dolores Hayden, Doreen Massey, Anna Bofill, así como tantas otras, las latinoamericanas[7] y la europeas, como Inés Sánchez de Madariaga, Teresa Boccia así como la nueva generación del siglo XXI que aportó en la construcción conceptual y científica del urbanismo desde la mirada feminista, Zaida Muxi y el variado conjunto de las jovenas feministas a nivel global. A. pesar de ello, estamos aún lejos de contar con una planificación urbanas, con instrumentos de ordenamiento territorial, asignación de presupuestos sensibles al género, participación política de la mujeres, para incorporar la dimensión de género en las políticas urbanas, es decir politizar la vida cotidiana, incluir esa dimensión devaluada, invisibilizada y subvalorada, que garantiza la reproducción social.

Los supuestos de partida son:

  • NO es igual andar por las ciudades y barrios, los espacios públicos con cuerpos de mujeres que varones.
  • En el marco de las desigualdades las mujeres enfrentan mayores vulnerabilidades; en razón de pautas culturales, tradición, religiones, impuestas por el patriarcado y las políticas neoliberales, coloniales y racistas.
  • La división del trabajo en mujeres y varones afecta y limita la vida de las mujeres.
  • Las condiciones económicas críticas y desiguales de las mujeres.

El primer supuesto de partida es que las mujeres y los cuerpos feminizados, quienes también cuidan sea por castigo o por empatía,  usan la ciudad, sus bienes comunes, así como los servicios y equipamientos públicos de manera distinta que los varones, ellas lo hacen combinando trabajo productivo y reproductivo, cambiando rutas por temor a las violencias sean estas percibidas o ejercidas.   En estas situaciones persiste la carga de las responsabilidades sobre la vida reproductiva doméstica y de cuidados y las violencias que siguen viviendo las mujeres, puertas adentro y puertas afueras, en los espacios públicos, que no son solo las plazas, sino las calles, los patios de las escuelas, cuando no y mayoritariamente los espacios domésticos.

La región latinoamericana es la más desigual en términos de riquezas del mundo, donde el 10% más rico concentra una porción de los ingresos mayor que en cualquier otra región (37%), y el 40% más pobre recibe la menor parte (13%) (PNUD, 2019). También es la más urbanizada del mundo, con un 81% de su población viviendo en ciudades (2018).

Durante la pandemia del COVID 19, el mandatario #Quédate en tu casa, tan necesario, fue difícil de cumplir para quienes viven en la calle, o en casas precarias, o hacinados,  En los sectores populares el fenómeno social de “quédate en tu casa”, se convirtió en “quédate en tu barrio”, promoviendo la solidaridad de las redes comunitarias en los lugares con mayor necesidad (Falú, 2021a, citada en Red Mujer y Hábitat América Latina y Caribe).  Cuidar, en los actos tan simples como el lavado de manos, se dificultaba cuando no se contaba con acceso a agua conectada a una red de abastecimiento, y menos aún con recursos para pagar este servicio si lo tuvieran  (Rolnik, 2022).

Así, el segundo supuesto es que en la sociedad latinoamericana de desigualdades obscenas, hay un conjunto de población que vivencia condiciones de vulnerabilidad en razón de causas diversas: económicas, sociales, culturales, de situación de migrante y, de condiciones de los territorios donde habitan. Nuevamente las mujeres no son iguales a los varones frente a estas restricciones, ellas las sufrirán más en cualquiera de las intersecciones de sus diversidades, sean étnicas, religiosas, etarias, raciales; y se dificulta para ellas, mucho más, romper el círculo de las pobrezas; por ello es necesario un enfoque plural y multicultural que dé cuenta de esa diversidad de mujeres y sus necesidades y demandas.

El tercer supuesto se apoya en la construcción de la división sexual del trabajo, y por

interrogar y deconstruir la episteme patriarcal, utilizando las herramientas conceptuales que el feminismo nos ha entregado en desarrollos teóricos y conceptuales diversos desde la década de los 70, tales como: lo público y lo privado, la división sexual del trabajo, el uso del tiempo, todo lo cual  se evidencia en los territorios que habitan en los fragmentos de desigualdad de los mismos. La convivencia en la ciudad, en los barrios, en las viviendas para hombres y mujeres, se vinculan con las experiencias en los espacios en los que les toca vivir y actuar.    (Falú,2003).

Las urbanistas y geógrafas feministas aportamos a este análisis, partimos de asumir al territorio y sus características, como una variable activa para conocer las condiciones cotidianas y situadas de los territorios donde habitan (Haraway, 1991). Dos vectores centrales se suman al análisis para dar cuenta de esta decisiva intersección, el tiempo y el espacio como centrales a las condiciones de vida de las mujeres en particular y éstas vinculadas a las de los territorios que habitan. Doreen Massey (1991) puso en evidencia, Los significados simbólicos de lugar y espacio se relacionan al género y al modo de construcción del mismo, con fuertes implicancias en la vida cotidiana de las mujeres; en  su libro “Geometría del Poder” (2008), ilustra sobre las consecuencias de la distribución desigual del poder en la perpetuación de la inequidad de género: “El poder siempre tiene una geografía” y las desigualdades no son sólo resultado de la economía capitalista y sus obscenas brechas, sino también en relación al género, reforzando la importancia del lugar”; Saskia Sassen  (2008) incorpora el territorio de las desigualdades en las “fronteras en la ciudad”, las de sus bordes y las internas, esas que marcarán también el cómo se mueven la mujeres en la ciudad, sus percepciones, temores y el tiempo que les demanda.

El tiempo es el bien más escaso en la vida de las mujeres y el espacio define sus múltiples recorridos, distintos al de los varones, en razón de las tareas de cuidado y domésticas, el abastecimiento, las gestiones, la vida comunitaria y los cuidados marcan la vida diaria de las mujeres.

Estudios del INDEC[8]  (2020) dan cuenta de la simultaneidad de tareas productivas y reproductivas en padres y madres ocupados, para Argentina.

 

Fuente: INDEC (2020), gráficos elaborados en base a la Encuesta Nacional de Uso del tiempo (Ley Nº 27532).

Padres ocupados y madres ocupadas, trabajo de cuidado de personas, doméstico no remunerado y trabajo remunerado. Una fotografía que da cuenta de la simultaneidad del trabajo de cuidados y la mayor cantidad de tiempo que dedican las mujeres a las tareas de cuidado y domésticas no reconocidas.  A las mujeres siempre les falta el tiempo, es el bien que más necesitan administrar, son malabaristas cotidianas, y ese tiempo es mayor o menor según las condiciones situadas de los territorios que habitan, la localización de los lugares donde viven en relación a donde obtienen ingresos, dejan sus dependientes en cuidado.

Por ello incorporar el atributo de la proximidad (Jane Jacobs 1961) en relación a las infraestructuras del cuidado, conocer qué ofrecen y dónde, al mismo tiempo que dar cuenta de la calidad e integralidad de estos servicios en el territorio, es la forma colectiva más eficiente de liberar tiempo de quienes cuidan y así brindar posibilidad para construir autonomías a las mujeres. Un ejemplo de ello son las manzanas del cuidado promovidas por la Alcaldía Mayor de Bogotá[9]. El sistema de cuidados en Bogotá es política pública, la cual reconoce la labor de cuidado y quiere brindarles a las mujeres más y mejores oportunidades de acceso a educación flexible, bienestar, empleo, empoderamiento y una vida libre de violencias. 

La planificación urbana, y el ordenamiento del territorio: la omisión de las mujeres y diversidades

Por lo argumentado, las construcciones teóricas en curso, acerca del urbanismo feminista (Falú, Dalmazzo, Rainero, Segovia, Muxi, Sanchez de Madariaga, Punt6, entre otras)  buscan poner al centro del urbanismo la vida cotidiana, politizando lo cotidiano y definiendo los atributos urbanos decisivos: inclusión de lo sujetos omitidos -mujeres diversas, lgtbiq+:  proximidad, seguridad, vitalidad de los espacios y las calles, participación de las mujeres en la definición de las prioridades de la agenda, cuidado energético y ambiental, localización y la escala del barrio como la más significativa.

Al tiempo que para analizar la ciudad y sus fragmentos son necesarias al menos tres entradas analíticas concurrentes: la gestión de lo político en las ciudades -instrumentos, presupuestos, planificación con inclusión de género y diversidades-;  la materialidad de la ciudad construida o sea su extensión, densidades, centralidades, transporte, accesibilidad, servicios, equipamientos en relación a los conjuntos habitacionales, entre otras; y, los intangibles o el campo de lo simbólico que nos retrotrae a la conceptualización de la división sexual del trabajo, los roles, los cuerpos, las violencias y subordinaciones de los cuerpos feminizados (Falú y Rainero[10] 1995, Plataforma Global por el Derecho a la Ciudad 2016; Falú 2000,2016,2018 otros).

Lo dicho, demanda también las escalas de análisis, todas necesarias en relación a cómo se mueven las mujeres en el territorio y para qué, en cuáles fragmentos, y cómo lo hacen. Estas escalas son: el propio cuerpo -primer territorio sobre el cual decidir y cuidar- relacionado a la construcción cultural y patriarcal, la casa el lugar de la vida doméstica y reproductiva, el barrio en donde se tejen los vínculos sociales y la proximidad de los servicios son centrales.  y la ciudad. Todas estas escalas experimentan múltiples injusticias de género y territoriales, cada una con sus propias complejidades e interdependencias, atravesadas por una multiplicidad de intersecciones definidas por la identidad sexual, raza, edad, clase, discapacidad, entre otras (Falú, 2012, 2017). Al mismo tiempo, es notable cuánto se relacionan directamente los impactos diferenciales en las mujeres (CEPAL, 2022) según sus intersecciones, con las condiciones preexistentes en los territorios (Falú & Palero, 2014, Falú et al., 2022).

Generar tiempo y así, fomentar la autonomía de las mujeres posibilitando el ejercicio de sus derechos ciudadanos -trabajar, estudiar, recrearse, hacer vida política, cultural- es central al análisis del territorio, sus condiciones, los servicios, equipamientos, infraestructuras de cuidado, seguridad, y accesibilidad así como transporte, todos atributos de la planificación urbana que deben incorporar la perspectiva de género,  o sea, no omitir a las mujeres y sus demandas, sus de vivir lo cotidiano tan distintas de las de los varones.

El urbanismo como ciencia ha desarrollado modelos espaciales, en particular de usos del suelo, de transportes, de funciones urbanas, para definir patrones de distribución y usos del suelo, como lo expresa Linares[11] Es a partir de estos modelos que se buscó entender las regularidades e intentar equilibrios del tiempo y el espacio. Así como las políticas se asumen desde la neutralidad de sujetos colectivos que han omitido a las mujeres en sus diversidades, el urbanismo se basó en un supuesto de homogeneidad por un lado y por el otro de propuestas de omisión de sujetos al centrar las propuestas en un sujeto universal varón, productivo, heterosexual.  Se pensó así en áreas y funciones para vivir, trabajar o consumir.   Se pueden reconocer modelos como el de Lowry (1964) o el de la renta del suelo de Alonso /1964) o los trabajos de excelencia,  más recientes, del Lincoln Institute sobre el plusvalor del suelo urbano; muchos más, sin embargo en todos omitidas las mujeres, como sujetos por sí mismas y diluidas en las familias, invisibilizada la vida cotidiana y ciudades pensadas en función de la productividad.  Lo cotidiano y sus demandas y necesidades deberán ser pensados desde el supuesto del continuo de trabajo productivo y trabajo reproductivo. La planificación y el urbanismo replicaron en sus propuestas urbanas la división sexual del trabajo.

No es nuevo entonces, dar cuenta de las relaciones de distancia (espacio) y tiempos, de la centralidad de la localización, sin embargo, se analizaron partiendo de las variables económicas, o del empleo, dando significación y visibilidad, valor social (que lo tiene) al trabajo productivo.  La ausencia, lo devaluado e invisibilizado en este enfoque que persiste, es el trabajo reproductivo y de cuidados pensado solo como responsabilidad de las mujeres. El valor del suelo, el transporte, con relación al trabajo productivo en clave androcéntrica, de varón blanco, joven, heterosexual que produce ingresos y aporta al desarrollo; dejando a muchos varones por fuera y a casi todas las mujeres. Así el territorio, el tiempo y el espacio son centrales en el análisis del cuidado, y debe incorporar la dimensión de lo cotidiano, insistiendo en su dimensión política y transformadora,  para así reconocer, reparar para redistribuir desde la política del Estado. Las infraestructuras del cuidado pueden ser instrumentos de reparación social.

La vulnerabilidad de los territorios

Interesan las condiciones sociales del suelo urbano, no solo las de vulnerabilidad en las cuales se encuentran la población que demanda cuidados y la que cuida, distinguiendo siempre entre naturaleza y causas de la vulnerabilidad: las mujeres no son vulnerables en ninguna de sus intersecciones, están en condiciones de vulnerabilidad.  Al mismo tiempo los territorios presentan vulnerabilidades que han sido medidas, nuevamente desde factores económicos o sociales, pero no se ha transversalizado este análisis desde la perspectiva de género.

Partiendo de trabajos desarrollados en la materia[12],  se busca un instrumento desde la concepción del feminismo urbanista, que visibilice a las mujeres, y que nos brinde conocimiento acerca de las “las condiciones de riesgo, fragilidad y desventaja que harían posible la entrada en una situación crítica de desfavorecimiento, entendido éste como la aparición de una situación de exclusión que puede llegar a consolidarse”, con este instrumento que se desarrolló en base a seleccionar 25 indicadores, agrupados en variables Poblacionales, Socio-demográficas-económicas, Económicas Territoriales y Espaciales Urbanas.  En las variables poblacionales se buscó capturar la condición de jefatura femenina de hogar, asociada a la localización en el espacio y a las condiciones económicas de dichos hogares. Se sumó información sobre número de dependientes, y otro conjunto de indicadores, también con base a datos censales, aproximó información sobre niveles socioeconómicos más altos, y conocer por ejemplo, cuáles son los hogares con servicio doméstico, y/o el nivel educativo del/la jefe/a de hogar.  El trabajo de cuidados pago, tercerizado o mercantilizado en centros privados de altos costos.

Para la construcción de las variables espaciales se consideraron: el fraccionamiento  urbano, el nivel de densidad de ocupación del sector, la consolidación de lo construido -medido  en m2 construidos, tipo de construcción, cantidad de terrenos  vacantes o en construcción, entre los más relevantes. En relación a las variables económicas se utilizaron indicadores tales como el valor del suelo  urbano de la ciudad de Córdoba, actualizado a 2019, considerando que es un valor aproximado  al de áreas urbanas del entorno. Lo significativo de este indicador es que se construye en base  a valores de mercado que permiten capturar la velocidad de las transformaciones sucedidas en  relación al valor del suelo urbano y la ponderación sobre lo que podría suceder en el territorio.  Bien conocemos que el valor del suelo urbano es crítico y determinante de las posibilidades de  la localización de la población en la ciudad.

El análisis se realiza sobre radios censales[13] como unidad de estudio.   A partir de estas definiciones y trabajando con el marco analítico del Mapa de las Mujeres (Falú Ana, 2012) se construyó un índice de vulnerabilidad de los territorios en cuatro categorías que dan cuenta de condiciones:  sin vulnerabilidad, baja, media y alta vulnerabilidad, lo cuales se vuelcan a las cartografías.

Hay que tener en cuenta que las cartografías son un instrumento de representación gráfica de la realidad que permite localizar elementos, dimensiones, situaciones, cifras y características múltiples en un espacio.  El mapa cartográfico contiene una intencionalidad, este no es el territorio, es una representación en una imagen estática que da cuenta de las condiciones situadas de la ciudad sus barrios y fragmentos y en este caso, para dar cuenta de cuánto cuida la ciudad y cada barrio.  Para su construcción se utilizan metodologías basadas en Sistemas de Información Geográfica (SIG) y de análisis multivariado y  se aplica una metodología de clusterización conocida como Fuzzy c-Means (Bezdek, Ehrlich & Full: Computers & Geosciences (1984). La técnica aplicada permite identificar zonas que comparten características similares en función de esas múltiples capas de información territorial.[14]

A modo de cierre

Se hace necesario interpelar a la planificación y el urbanismo desde la contribución del feminismo, recuperando y significando la producción en relación a lo público y lo privado, la división sexual del trabajo, el concepto del uso del tiempo -asimétrico y distinto en varones y mujeres-, incorporando los vectores del espacio y el territorio.  El cuidado desde la perspectiva feminista busca soluciones que superen las condiciones que impone el neoliberalismo patriarcal y colonial, interpela la visión heteronormativa, que asigna el cuidado a las mujeres y las justifica en la división sexual del trabajo y en razones biológicas. Lo que se propone es pensar e imaginar la reproducción de la vida y su sostenibilidad desde nuevos paradigmas que impliquen cambios radicales para un horizonte de cambios en la humanidad.   Esta es una deuda social, y por lo tanto debe ser abordada por los Estados en sus políticas públicas, y también, poner en valor las iniciativas comunitarias de cuidado, allí donde sin alimentos, ni elementos de higiene las mujeres sostuvieron al barrio en condiciones de carencias. Por ello venimos a complejizar el análisis del tema de los cuidados en la necesaria intersección con los territorios, en donde el lugar y el espacio con sus múltiples identidades, tienen además un valor simbólico (Massey, 2004) y se expresan en segregaciones en los fragmentos de desigualdades de las ciudades y aglomerados. Cuestionar el modelo dicotómico de los mundos productivo y reproductivo, que la modernidad separó, los cuales deben ser comprendidos en un continuum.

Mayo 2023

 

[1] Personas en condición de dependencia refiere a quienes demandan atención y cuidados que no pueden resolver por si mismos, los/as hijos/as, de las personas mayores y discapacitadas

[2] Ver en ONU Mujeres América Latina: https://lac.unwomen.org/es/digiteca/publicaciones/2018/11/estudio-reconocer-redistribuir-y-reducir-el-trabajo-de-cuidados

[3] Durán, María de los Ángeles, intervención durante la Conferencia organizada por CEPAL, ONU Mujeres y el Gobierno Argentino, en noviembre de 2022 que cerró con el documento El Compromiso de Buenos Aires. Ver www.cepal.org

[4] Ana Falú y Eva Lía Colombo, INFRAESTRUCTURAS DEL CUIDADO Un instrumento de redistribución social en los territorios. Vivienda & Ciudad, Dossier Arquitecturas, Urbanismo y Diseños Feministas. INVIHAB, FAUD, UNC, Argentina. 2022.

[5] Boletín de pobreza Nº1. Caracterización de la pobreza urbana (S1 2022). Presidencia de la Nación,  Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, Sistema de Información, Evaluación y Monitoreo de Programas Sociales (SIEMPRO). Buenos Aires. 2022.

[6] Anuario Estadístico Nacional de personas con discapacidad. Secretaria de Nacional de Discapacidad. 2020-2022. Argentina.

[7] Red Mujer y Hábitat de América Latina, ver en: www.redmujer.org.ar

[8]INDEC Instituto de Estadísticas y Censos de la República Argentina.

[9] Ver Alcaldía de Bogotá “manzanas del cuidado”, sistema integral del cuidado. Ver en: https://bogota.gov.co/mi-ciudad/mujer/que-son-servicios-gratuitos-para-mujeres-y-mas-sobre-manzanas-cuidado

[10] Ana Falú y Liliana Rainero. Habitat Urbano y Políticas Públicas. Una perspectiva de género. En Orillas de la Politica. Bcn, 1995

[11] Santiago Linares, Modelos de crecimiento urbano. Centro de Investigaciones Geograficas(CIG) Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales (IGEHCS), CONICET. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Ver: https://www.researchgate.net/publication/333982072_Modelos_de_crecimiento_urbano [accessed Jun 15 2023].

 

[12] Índice de vulnerabilidad territorial desarrollado por el Ayuntamiento de Madrid (2018), pag 04.

[13]Unidades geográficas censales determinadas por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de Argentina (INDEC). Es una unidad geográfica que agrupa, en promedio, 300/400 viviendas en las ciudades. La cantidad promedio puede ser menor en radios rurales o rurales mixtos.

[14]Este proceso se realizó con la asistencia técnica de un equipo de asesores en la materia: Dra. Virginia Monayar, Mgter. Juan Pablo Carranza e Ing. Renzo Polo. Tomaron la Encuesta Permanente de Hogares como fuente para la determinación de la jefatura del hogar. En esta condición se considera la percepción del encuestado/a y no la remuneración económica.

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