Autora: Cecilia de Novales Ontiveros
Bióloga y especialista en cambio climático, activista ecofeminista y coordinadora de sostenibilidad en la Asociación Bosque y Comunidad
Este artículo explorará la interconexión entre los cuidados y la crisis climática desde una perspectiva ecofeminista. Analizará cómo la ecodependencia y la interdependencia nos obligan a repensar el concepto de cuidado, no solo entre personas sino también con el planeta. Se abordará el rol de comunidades, movimientos sociales y políticas públicas en la construcción de una respuesta solidaria y sostenible ante la crisis climática. Además, se explorará el impacto emocional de la crisis ambiental, incluyendo la ecoansiedad, y cómo los sistemas de cuidado pueden mitigar estas afectaciones.
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1. Introducción
1.1 La relación directa entre cuidados y la crisis climática
La crisis climática es una amenaza global actual que afecta de manera desigual a las comunidades y personas, aumentando las diferencias ya existentes. En este contexto, los cuidados juegan un papel crucial en la sostenibilidad de la vida, y no sólo en términos de supervivencia física, sino de bienestar emocional y social. La degradación ambiental, los desastres naturales, el acceso desproporcionado a los recursos y la crisis económica derivada del colapso ecológico impactan directamente en las redes de cuidado.
La creciente frecuencia de eventos climáticos extremos, como sequías, incendios y huracanes, incrementa la necesidad de cuidados, especialmente en sectores vulnerables de la población como la infancia, personas mayores y enfermas. Al mismo tiempo, estos mismos desastres también ponen en riesgo la capacidad de proveer esos cuidados, ya que afectan infraestructuras básicas, como hospitales y centros de atención. En muchos casos, son las mujeres y comunidades marginadas quienes asumen la mayor carga de estos cuidados sin reconocimiento ni apoyo institucional.
En un mundo donde el mercado y la economía capitalista priorizan la acumulación sobre la sostenibilidad, los cuidados y la salud del planeta han sido desplazados a un segundo plano. Es curioso, porque ambos van de la mano y se nutren de manera recíproca. Sin embargo, sin sistemas de cuidado fortalecidos y sin un entorno natural sano, la vida misma se ve en amenaza. Por tanto, la crisis climática nos obliga a replantearnos los modelos de desarrollo y organización social desde una perspectiva que coloque los cuidados en el centro de la acción política y económica.
1.2 Justificación de la perspectiva ecofeminista
El ecofeminismo plantea una mirada integral a la relación que existe entre la crisis ecológica y las desigualdades sociales, denunciando cómo la explotación de la naturaleza está fuertemente ligada a la explotación de las mujeres y de las comunidades vulnerables. Esta perspectiva defiende que la sostenibilidad de la vida debe ser el eje de cualquier política pública o modelo económico.
Como dice Yayo Herrero, una de las voces más influyentes del ecofeminismo en el ámbito hispano: “Somos seres ecodependientes e interdependientes: dependemos de la naturaleza para vivir y de otras personas para no morir de soledad”.
La economía capitalista en la que vivimos ha invisibilizado los trabajos de cuidado al considerarlos parte del «ámbito privado», de la misma manera que ha explotado los recursos naturales sin reconocer su límite. Ambos son tratados como bienes infinitos y gratuitos, ignorando la repercusión que su agotamiento genera. El ecofeminismo, por tanto, ofrece una crítica estructural a este modelo y propone el cuidado como un acto político radical, llamando a reorganizar la sociedad basándose en la corresponsabilidad y el respeto por la naturaleza.
Incorporar esta mirada al debate sobre la crisis climática permite entender que las soluciones no pueden limitarse a tecnologías «verdes» o a medidas de mitigación desvinculadas de la justicia social. Se necesita un cambio profundo en cómo nos relacionamos entre nosotras y con nuestro entorno, construyendo sistemas de cuidado que no solo protejan a las personas, sino también a los ecosistemas de los que dependemos. Podemos pensar en el cuidado sosteniendo la vida como la savia que recorre las raíces en silencio alimentando al árbol. Si se agota, la sequía llega al resto del cuerpo, social o ecológico.
2. Poner la vida en el centro
La crisis climática ha puesto en evidencia la fragilidad de los sistemas de vida y la necesidad de un enfoque que reconozca nuestra interdependencia con otras personas y nuestra ecodependencia con el entorno natural. Estos conceptos son clave para entender la crisis actual desde una mirada feminista y ecológica que sitúe la sostenibilidad de la vida en el centro de las decisiones políticas y económicas.
2.1 Conceptos clave: interdependencia, ecodependencia y vulnerabilidad
Interdependencia: Todas las personas atravesamos momentos en los que dependemos unas de otras, ya sea para recibir cuidados, apoyo emocional o recursos básicos en el día a día. Sin embargo, el discurso capitalista y patriarcal ha promovido la idea de la autosuficiencia como un ideal, invisibilizando la red de cuidados que sostiene la vida y responsabilizando especialmente a las mujeres. Según la autora Ascen Castillo, en su libro El dolor que se hereda, la felicidad que se contagia: “las conexiones sociales incluyen socializar, algo tan importante como respirar”. Hace alusión a que necesitamos conectar, y nada mejor que mediante esas redes de apoyo que se proponen como alternativa a esta problemática.
Ecodependencia: No solo dependemos de otras personas, sino también de los ecosistemas y de los bienes naturales para nuestra supervivencia, nuestra salud. El agua, los alimentos, el aire limpio y la estabilidad climática son elementos esenciales para la vida, pero el modelo de producción extractivista ha ignorado esta dependencia, provocando una crisis ecológica sin precedentes. Hoy en día, tanto especialistas de la medicina como de la psicología están recomendando a sus pacientes como parte del tratamiento, tener más contacto con la naturaleza.
Vulnerabilidad: La crisis climática no afecta a todas las personas por igual. Las mujeres – que ya representan a la mitad de la población mundial –, las comunidades indígenas, las personas en situación de pobreza y otros grupos históricamente marginados son quienes más sufren las consecuencias de la degradación ambiental y los desastres naturales. La vulnerabilidad ante el cambio climático se entrelaza con desigualdades estructurales que perpetúan la precariedad en los sistemas de cuidado. Basta con ver los efectos diferenciados de los desastres naturales para entender que la justicia climática es, necesariamente, una cuestión de justicia social.
2.2 Cómo la crisis climática agrava las desigualdades en los cuidados
La crisis climática, provocada por los desastres naturales, la escasez de recursos y las crisis sanitarias derivadas, aumentan la necesidad de cuidados. Lejos de la neutralidad, las mujeres, principales responsables del trabajo de cuidados no remunerado, ven incrementada su carga sin que esto se traduzca en un reconocimiento o en una redistribución equitativa. Esto ocurre en general, pero especialmente en el Sur Global. Según datos de ONU Mujeres, en promedio, las mujeres y niñas dedican más del triple de tiempo al trabajo de cuidados no remunerado en comparación con los hombres y niños. Además, en contextos de emergencia climática, las mujeres llegan a dedicar aún más tiempo a tareas de cuidado que en condiciones normales.
En consecuencia, se está generando un aumento sostenido de los desplazamientos forzados. Millones de personas se ven obligadas a migrar debido a sequías, inundaciones y otros fenómenos extremos. Este desplazamiento impacta negativamente en las redes de apoyo y solidaridad comunitaria, pues debilita estos sistemas de cuidado y deja a muchas personas sin acceso a ayuda básica necesaria para vivir dignamente. En 2022, la cifra de personas que se vieron obligadas a desplazarse por desastres relacionados con el clima ascendió a 32,6 millones, aumentando el promedio de los últimos años. Además, en estas migraciones las personas deben recorrer largas distancias, exponiendo especialmente a mujeres y niñas a violencia y abusos en el camino.
La salud también se ve profundamente afectada. La contaminación, las olas de calor y la falta de acceso a recursos esenciales tienen efectos directos en la salud de las personas, incrementando la necesidad de asistencia sanitaria y de apoyo emocional. Además, el estrés y la ansiedad por la crisis climática afectan el bienestar psicológico, lo que demanda nuevas estrategias de cuidado y contención. Hoy en día el término ‘ecoansiedad’ es muy resonado, y habla de la ansiedad producida por esta crisis climática, que está perjudicando a muchas personas, especialmente entre la juventud por tener ‘la responsabilidad del futuro del mundo’.
Uno de los efectos más tangibles es la crisis alimentaria y el acceso desigual al agua. La degradación de los ecosistemas impacta directamente en la producción de alimentos y en el acceso al agua potable. Esto incrementa la carga de trabajo doméstico y comunitario, ya que muchas mujeres deben recorrer distancias más largas para conseguir agua o garantizar la alimentación de sus familias, especialmente en el Sur Global. Esto no solo incrementa una carga física y mental, sino que limita sus posibilidades de desarrollarse en la educación, empleo o participación política.
3. El Impacto del cambio climático en los sistemas de cuidado
La crisis climática está transformando profundamente los pilares que sostienen la vida. Este impacto, más allá de los ecosistemas, influye en los sistemas de cuidado. El daño afecta tanto a las infraestructuras que los sostienen, como a las redes que nos cuidan (familias, comunidades, servicios públicos). Esta nueva realidad pone a prueba nuestra capacidad colectiva de garantizar cuidados esenciales, especialmente en los contextos más empobrecidos.
3.1 Desplazamientos climáticos y carga adicional sobre los sistemas de cuidado
Uno de los efectos más dramáticos de la crisis climática es el incremento de los desplazamientos forzados por causas ambientales. Este fenómeno, que muchas personas especialistas denominan una «crisis silenciosa», no solo genera una crisis humanitaria, sino que está alterando profundamente los sistemas de cuidado. Las redes comunitarias se ven fragmentadas, y las infraestructuras de salud y asistencia social pueden colapsar bajo la presión de nuevas poblaciones desplazadas que requieren atención.
Las personas desplazadas, en su mayoría mujeres y niños, a menudo terminan en asentamientos informales, lo que agrava su vulnerabilidad. En Guatemala, los efectos del cambio climático han obligado a muchas familias indígenas del Corredor Seco a migrar a la capital ante la pérdida de tierras cultivables, donde terminan viviendo en asentamientos no oficiales sin acceso a servicios básicos. La falta de recursos y la precarización de la vida en estos entornos aumentan la carga de trabajo de cuidados y dificultan el acceso a asistencia médica, psicológica y social.
Además, las personas desplazadas por motivos climáticos no están reconocidas ante la ley como refugiadas climáticas y, por tanto, no tienen protección legal internacional. Esta desprotección jurídica refuerza su vulnerabilidad y perpetúa la desigualdad: no acceder a un estatus legal implica no acceder tampoco a servicios, derechos o apoyos institucionales.
3.2 Pérdida de medios de vida y su impacto en las redes de cuidado
La emergencia climática no sólo desplaza a personas, sino que también afecta las bases económicas. Éstas se ven alteradas por el deterioro de los ecosistemas, que provoca que sectores como la agricultura, la ganadería o la pesca, fundamentales para la alimentación y el empleo en muchas regiones del mundo, estén en riesgo. La pérdida de estos medios de vida encadena una serie de consecuencias que afectará siempre más a quienes ya viven en la precariedad.
En Madagascar, por ejemplo, una de las naciones más empobrecidas del mundo, las sequías han generado crisis alimentarias extremas. Con ello, la pérdida de ingresos familiares impacta directamente en la capacidad de contratar servicios de cuidado o acceder a recursos esenciales para sostener a las personas dependientes como serían los medicamentos, el transporte…
En muchos casos, la falta de empleo formal obliga a que más miembros de la familia, especialmente mujeres y niñas, asuman tareas de cuidado adicionales, reduciendo sus oportunidades de educación y autonomía económica. Como señalan autoras como Cristina Carrasco o Amaia Pérez Orozco, en economías empobrecidas o devastadas por crisis, lo que se recorta primero no es el cuidado, sino su reconocimiento: se espera que alguien (casi siempre una mujer) lo supla con su tiempo, su cuerpo y su energía. Esto refuerza el ciclo de precariedad y dependencia, invisible pero estructural. Es decir, se profundiza la desigualdad de género, pero también se debilita la resiliencia comunitaria.
3.3 Crisis alimentaria, acceso al agua y salud pública
La inseguridad alimentaria y la crisis del agua son consecuencias directas del cambio climático que están golpeando severamente a los sistemas de cuidado. La falta de acceso a alimentos nutritivos y agua potable incrementa el riesgo de enfermedades, malnutrición y crisis sanitarias, generando una mayor presión sobre los servicios de salud y las familias que proveen cuidados.
En muchas comunidades, son las mujeres quienes asumen la tarea de garantizar la subsistencia cotidiana: recolectar agua, conseguir alimentos, cocinar, cuidar a las personas más jóvenes o mayores. Cuando estos recursos escasean, deben recorrer mayores distancias para conseguirlos, exponiéndose a riesgos adicionales y dedicando más tiempo a estas tareas, lo que reduce su capacidad para participar en otras actividades económicas, educativas o políticas. La escasez no se puede medir solo en unidades como los litros o las calorías, sino también en las horas de vida, horas entregadas sin ningún reconocimiento ni apoyo institucional.
Además, la salud pública también se ve comprometida por el aumento de enfermedades transmitidas por vectores, la contaminación del aire y el estrés térmico. Estos factores incrementan la demanda de servicios de salud y cuidados prolongados, en un contexto donde los sistemas sanitarios ya están sobrecargados y mal financiados en muchas regiones del mundo. Por ejemplo, el caso de Bangladesh, donde el aumento de las lluvias y del nivel del mar ha provocado brotes de dengue sin precedentes. El colapso de los hospitales acaba afectando especialmente a poblaciones sin cobertura médica, especialmente en zonas rurales y marginalizadas.
3.4 Políticas y estrategias para mitigar el impacto en los sistemas de cuidado
Frente al colapso ecológico y el agotamiento de los sistemas que sostienen la vida, no basta con hablar de mitigación o adaptación. Para enfrentar estos desafíos, es esencial que las políticas climáticas incorporen una perspectiva de cuidados. Cuidar del planeta y de las personas no pueden tomar caminos separados, pues van de la mano. Como señala la filósofa ecofeminista Alicia Puleo, no se trata solo de salvar la biodiversidad, sino de transformar radicalmente el modo en que nos relacionamos entre nosotras y con el entorno. Algunas estrategias clave para construir esa transición justa y sostenible incluyen:
– Desarrollo de infraestructuras resilientes: Garantizar que hospitales, centros de atención y albergues sean diseñados para resistir desastres climáticos y sigan operativos en situaciones de emergencia. Además, podrían funcionar como redes de contención.
– Protección social y seguridad económica: Implementar políticas que garanticen mecanismos de protección como ingresos básicos, empleos verdes con condiciones dignas y programas de apoyo a familias afectadas por la crisis climática. Como plantea Caroline Hickman, psicoterapeuta climática, la seguridad económica es también un factor protector frente a la angustia y el malestar emocional que genera la crisis ecológica.
– Acceso universal a agua y alimentos: Priorizar inversiones en sistemas comunitarios de abastecimiento de agua, fomentar la soberanía alimentaria mediante prácticas agroecológicas que aseguren la producción de alimentos sin degradar el ambiente. Como recuerda el informe de la FAO sobre mujeres rurales y cambio climático, quienes producen alimentos y cuidan territorios deben ser protagonistas en la transformación de los sistemas alimentarios.
– Planes de salud climática: Adaptar los sistemas de salud a las nuevas amenazas derivadas del cambio climático, garantizando acceso a atención médica en zonas vulnerables. Además, es importante ofrecer cuidado emocional, apoyo comunitario y acompañamiento en situaciones de pérdida.
– Reconocimiento y redistribución del trabajo de cuidados: Asegurar que los cuidados sean una responsabilidad compartida entre el Estado, la comunidad y el sector privado, y no solo una carga sobre los hogares y las mujeres. Esto incluye políticas de tiempo, servicios públicos de calidad, permisos laborales y modelos de corresponsabilidad que reconozcan el valor de cuidar.
En esta crisis de cuidados, es importante integrar una perspectiva de género y de justicia social en las respuestas para garantizar que la transición hacia un mundo más sostenible no deje atrás a quienes sostienen la vida en sus múltiples dimensiones.
4. La dimensión emocional del clima
La crisis climática no solo tiene efectos físicos y económicos, sino también atraviesa la vida emocional de muchas personas en el mundo. A medida que se agudizan los desastres naturales, emergen formas de sufrimiento que hasta hace poco no tenían nombre. El miedo, la angustia y la incertidumbre sobre el futuro del planeta han generado un término creciente conocido como ecoansiedad.
Este malestar no es solo un síntoma individual, sino una expresión colectiva de confusión, duelo y amor por un mundo que se siente cada vez en una mayor amenaza. Es más, la pensadora ecológica Joanna Macy señala que, parte del dolor que sentimos no es una patología, sino una señal de que aún estamos vivas y conectadas: sentir angustia ante la destrucción del planeta es, en el fondo, un acto de amor.
4.1 La ecoansiedad y sus efectos
La ecoansiedad se define como el miedo persistente a la catástrofe ambiental y la angustia derivada de la percepción de un futuro incierto debido al cambio climático. No es simplemente una preocupación abstracta, sino que puede manifestarse con síntomas de estrés, insomnio, depresión y sentimientos de impotencia debido a la magnitud del problema.
Este fenómeno afecta de manera diferenciada a diversos grupos sociales:
– Jóvenes y nuevas generaciones: La sensación de haber heredado un planeta en crisis genera frustración y desesperanza en parte de adolescentes y jóvenes, quienes a menudo sienten que sus esfuerzos individuales no son suficientes para frenar el deterioro ambiental ante la inacción política.
– Comunidades vulnerables: Aquellas poblaciones más expuestas a los efectos del cambio climático (comunidades rurales, indígenas y costeras) experimentan niveles más altos de ansiedad debido a la pérdida de sus territorios, cultura y medios de vida.
– Activistas climáticas: Quienes trabajan en defensa del medio ambiente enfrentan altos niveles de desgaste emocional, conocido como “burnout ecológico”, una combinación de fatiga física, emocional y espiritual ante la magnitud de la crisis y lentitud o indiferencia de las respuestas institucionales. Suelen (solemos) sentir una carga que puede llevar al agotamiento, la culpa o el aislamiento.
4.2 Los sistemas de cuidado ante la angustia climática
Los sistemas de cuidado, tanto a nivel familiar como comunitario e institucional, juegan un papel fundamental para sostener el ánimo, la esperanza y el sentido compartido. Cuidar, en todas sus formas, se vuelve un acto profundamente político y transformador. Desde un enfoque ecofeminista, el cuidado no se limita, es una infraestructura emocional colectiva, invisibilizada en muchas ocasiones. Algunas estrategias fundamentales para abordar la ansiedad incluyen:
– Espacios de contención emocional comunitaria: Crear redes de apoyo donde las personas puedan compartir sus miedos y preocupaciones ayuda a reducir el impacto psicológico del cambio climático. Escuchar, hablar, compartir el miedo sin ser juzgadas… El diálogo afectivo puede ser un ancla. Talleres, círculos de palabra, acompañamientos colectivos y grupos de apoyo son formas de desprivatizar el dolor ecológico y transformarlo en acción solidaria. Como recuerda la red The Work That Reconnects, de Joanna Macy, “lo que más necesita el mundo ahora son personas que puedan hablar de su dolor sin quedarse paralizadas por él”.
– Educación ambiental con enfoque esperanzador: En lugar de centrarse solo en los escenarios catastróficos o negar la gravedad, es fundamental promover mensajes que incluyan soluciones, resiliencia y acciones colectivas para la regeneración del medio ambiente. Si se cultiva una pedagogía del cuidado y la posibilidad, muchos corazones podrán abrir sus puertas a construir soluciones, de lo contrario el miedo puede bloquearlos. La esperanza, entendida como motor, también se aprende y se cuida.
– Acceso universal a salud mental: La salud mental no puede seguir siendo un privilegio. Integrar el apoyo psicológico en los programas de acción climática para acompañar a las personas afectadas por la ansiedad, duelo o traumas derivados de desastres naturales es esencial en estos tiempos. De hecho, en escenarios como los daños causados por la Dana, los servicios de salud emocional deben considerarse parte de la respuesta humanitaria y de adaptación.
– Reconocimiento del trabajo de cuidado emocional: Muchas personas, especialmente mujeres y activistas, contienen de manera emocional a sus comunidades ante la crisis. Es necesario valorar y redistribuir esta carga de trabajo para evitar el agotamiento, pues está casi siempre invisibilizado y no remunerado. Cuidar a quienes cuidan también es una forma de justicia climática.
Por ejemplo, las II Jornadas Ecosociales de Navarra, que fueron organizadas por Más Planeta, abordaron la comunicación sobre la crisis ecológica y la relación entre transición ecológica y bienestar emocional, ofreciendo estrategias comunitarias para el apoyo emocional. El cuidado puede ser refugio, pero también una forma de resistencia. Con él se puede habitar el presente sin negar el dolor. Porque, como dice la escritora Starhawk, “cuando todo parece estar colapsando, cuidar —aunque sea un pequeño gesto— es una manera de sostener el mundo”.
4.3 Estrategias comunitarias para el apoyo emocional
Frente a la crisis climática, diversas comunidades han desarrollado estrategias innovadoras para abrazarse emocionalmente y sostenerse. Se convierten en espacio de creación, contención y resistencia:
Una de las respuestas más poderosas son las eco-comunidades y redes de apoyo mutuo, espacios donde las personas pueden compartir experiencias, saberes y estrategias para enfrentar la crisis climática sin aislarse. A menudo, están impulsados por la juventud, movimientos sociales o mujeres y se organizan encuentros, se cocina, se cultiva, se conversa sobre el miedo (algo poco común realmente a tratar), y también sobre la esperanza (tan necesario).
Otra estrategia clave es la reconexión con la naturaleza como forma de cuidado emocional. En muchas culturas indígenas, campesinas o afrodescendientes, la relación con el territorio incluye prácticas espirituales, afectivas y simbólicas. Actividades como la agroecología, la siembra, las caminatas en entornos naturales y los rituales comunitarios no solo regeneran ecosistemas, sino que ayudan a transformar la ansiedad en acción positiva, reforzando la sensación de pertenencia y reparando el vínculo roto entre cuerpo, tierra y comunidad.
Como ha señalado la activista Vandana Shiva, “sanar la Tierra y sanar el alma son parte del mismo proceso”.
También cobran fuerza las narrativas de futuro esperanzador. Hoy en día existe un discurso tristemente dominante del colapso inevitable, algo que interesa a quienes mayor impactan en el planeta, pues bloquea a las personas a realizar acciones. Ante ello, nacen iniciativas artísticas, literarias y culturales que construyen imaginarios de un mundo sostenible y justo, donde se muestra como primero necesitamos volver a imaginarnos un mundo donde valga la pena vivir.
Estas soluciones muestran como el sufrimiento producido por esta crisis es algo estructural, no individual, por tanto, requiere respuestas colectivas. Integrar el cuidado emocional en la lucha climática es esencial para sostener la resistencia, para que el activismo siga funcionando y para que la capacidad de acción de las comunidades frente a los desafíos ambientales no se rompa.
5. Activismo climático y ecofeminista
Frente al avance de la emergencia climática, las respuestas institucionales suelen llegar tarde o no abordar las raíces del problema. Aquí entra en juego el activismo climático y el ecofeminismo, que han emergido como respuestas fundamentales, abordando tanto la destrucción de la naturaleza como las desigualdades que la acompañan. Desde una perspectiva ecofeminista, el activismo climático no solo busca mitigar el impacto del cambio climático, sino también transformar las relaciones de poder que perpetúan la explotación de la naturaleza y de los cuerpos feminizados y racializados. Señala el vínculo de la crisis con el patriarcado, el colonialismo y el capitalismo extractivista.
5.1 Estrategias de lucha ecofeminista: del extractivismo a la regeneración
Una de las estrategias de lucha ecofeminista es la resistencia al extractivismo. En toda América Latina, los movimientos ecofeministas han liderado luchas contra megaproyectos mineros, hidroeléctricas, la deforestación masiva y la privatización del agua. Como las mujeres de la Red Nacional de Mujeres en Defensa de la Madre Tierra en Bolivia, o las defensoras del Río Gualcarque en Honduras, donde fue asesinada Berta Cáceres, que han puesto el cuerpo para defender el agua, los bosques y la vida comunitaria frente al extractivismo corporativo y estatal.
Estas mujeres no se enfrentan sólo a empresas o gobiernos, sino también a una cultura que las criminaliza, las deslegitima o directamente silencia por levantar la voz. Tal y como señala la socióloga Maristella Svampa, “las defensoras ambientales están en la primera línea del conflicto civilizatorio, enfrentando no solo al poder económico, sino también al patriarcado en sus propias comunidades”. Por otro lado, se impulsan los modelos de regeneración. El ecofeminismo no se para en la denuncia, también construye, cuida y siembra. Propone formas de regeneración ecológica y social, promoviendo la agroecología, la permacultura y la soberanía alimentaria como alternativas a los modelos industriales destructivos. Esto proporciona autonomía, salud y sentido, haciendo que la medicina natural o los saberes ancestrales reaparezcan como herramientas de cuidado. El ecofeminismo no se resigna al colapso, si no que siembra posibilidades mediante una política del cuidado, con estas estrategias como herramientas de avance.
5.2 Experiencias de comunidades que integran el cuidado y la sostenibilidad
La transformación no es una utopía lejana: ya está ocurriendo en múltiples territorios donde diversas comunidades han desarrollado proyectos que combinan el cuidado del entorno con el bienestar colectivo. La línea base de estas acciones es que no puede haber justicia ambiental sin justicia social, al igual que no puede existir sostenibilidad sin esas relaciones comunitarias que la sostengan.
En algunos rincones de África y América Latina, cooperativas de mujeres han liderado procesos de gestión de recursos naturales, impulsando proyectos de reforestación, agricultura sostenible y manejo del agua. En Burkina Faso, por ejemplo, grupos de mujeres han revertido procesos de desertificación plantando miles de árboles, mientras en Guatemala, comunidades indígenas lideradas por mujeres han recuperado manantiales a través de sistemas de cosecha de agua y una constante vigilancia del territorio.
Por otro lado, iniciativas como “Transition Towns”, nacido en Reino Unido, han promovido modelos urbanos basados en la autosuficiencia energética, la producción local de alimentos y redes de apoyo comunitario. Estos proyectos apuestan por una vida más lenta, cooperativa y menos dependiente de sistemas extractivos.
Además, las comunidades indígenas han defendido por siglos sus territorios de la explotación mediante modelos de gobernanza ambiental basados en la reciprocidad, el cuidado y el respeto a la Tierra. Han fomentado prácticas de autogestión que preservan la biodiversidad y los saberes ancestrales. Como afirma el líder mapuche Aukan Huilcamán, “la naturaleza no se posee, se cuida; y el cuidado no se impone, se practica”.
5.3 Demandas políticas desde una perspectiva de justicia climática
El ecofeminismo y el activismo climático no solo buscan cambios locales, sino también demandan transformaciones estructurales en las políticas públicas de manera urgente para que este planeta sea habitable para todas. No basta con pequeñas soluciones individuales, la transformación debe ser guiada por criterios sociales, de género y de justicia ambiental.
Una de las principales exigencias es la incorporación de la perspectiva de cuidados en la acción climática. Las políticas ambientales deben reconocer la importancia del trabajo de cuidados en todas sus formas y garantizar medidas que protejan los derechos de quienes sostienen la vida en medio de la crisis climática.
También se reclama una transición energética justa y feminista. La descarbonización de la economía debe ir acompañada de medidas que prioricen la equidad de género y la justicia social, asegurando que las mujeres y comunidades marginadas no sean desplazadas en el proceso reproduciendo los patrones anteriores. Energías renovables sí, pero no a costa del desalojo de territorios o de nuevos sacrificios ambientales.
Otro eje fundamental sería la soberanía alimentaria y el derecho al agua. Esto significa romper con los modelos agroindustriales contaminantes y priorizar sistemas agroecológicos basados en el cuidado del suelo, la biodiversidad y las personas que alimentan al mundo: muchas de ellas mujeres campesinas. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), las mujeres representan en promedio el 43% de la fuerza laboral agrícola, siendo propietarias del total, menos del 20%. También implica reconocer el agua como bien común y derecho humano, no como mercancía.
Finalmente, es imprescindible proteger a las defensoras ambientales. Las activistas que lideran la defensa del territorio y el medio ambiente enfrentan amenazas constantes, y la gravedad aumenta según el país. América Latina sigue siendo la región más peligrosa del mundo para quienes defienden la naturaleza y, por tanto, el bien común. Según el informe más reciente de Global Witness, Colombia fue el país más letal para las defensoras del medio ambiente en 2023, con 79 asesinatos de activistas. Por esto, es crucial implementar políticas de protección y reconocimiento de su labor.
Como insisten los movimientos por la justicia climática: no se trata solo de reducir emisiones, sino de redistribuir poder. Poner la vida en el centro implica desmontar un sistema que explota cuerpos, territorios y ecosistemas, y construir otro donde cuidar sea un derecho colectivo, una tarea compartida y una forma digna de habitar el mundo.
Movimientos como Fridays For Future, impulsados por jóvenes de todo el mundo, han dado un giro crucial en esta dirección. Con sus huelgas climáticas masivas y su énfasis en la justicia intergeneracional, han puesto sobre la mesa no solo la urgencia ambiental, sino también la necesidad de integrar la perspectiva de cuidados en las demandas por justicia climática. Porque, como bien lo expresan, no hay futuro posible si no se cuida de quienes sostienen la vida hoy.
6. Hacia un nuevo contrato social del cuidado y el clima
La crisis climática y la crisis de los cuidados no pueden abordarse por separado. No se puede enfrentar una sin atender a la otra. Por eso, es muy urgente un nuevo contrato social que integre ambas dimensiones, asegurando que las políticas climáticas incorporen una perspectiva de cuidados y que los sistemas de cuidado sean diseñados de manera sostenible y resiliente ante los impactos ambientales.
6.1 La necesidad de integrar el cuidado en las políticas climáticas
Por todo lo visto, el cuidado debe dejar de ser un asunto privado para convertirse en un eje de la política climática. Las personas que cuidan rara vez figuran en los planes de emergencia o adaptación. Ese reconocimiento del cuidado como eje central en la sostenibilidad de la vida implica que las políticas climáticas deben garantizar la protección de las personas cuidadoras, ya que son esenciales para la resiliencia comunitaria frente a desastres climáticos y crisis ambientales.
Todo ello implicaría diseñar planes de adaptación climática con enfoque de cuidados, protegiendo especialmente en contextos de emergencia, asegurando acceso a refugios seguros, recursos básicos y apoyo psicosocial.
Además, la redistribución del trabajo de cuidados, que hoy recae de forma desproporcionada en las mujeres, debe distribuirse equitativamente entre el Estado, la sociedad y el sector privado. Como han señalado autoras como Silvia Federici y Nancy Fraser, sin una transformación profunda del modo en que organizamos los cuidados, cualquier transición ecológica corre el riesgo de reproducir la injusticia estructural.
6.2 Modelos de economía del cuidado sostenible
Una transición ecológica justa no puede basarse únicamente en tecnologías limpias o eficiencia energética, sino que debe transformar las bases de la economía. Esto requiere considerar la creación de empleos en el sector del cuidado y la protección del medio ambiente, garantizando condiciones dignas para quienes trabajan en estos ámbitos.
Además, es importante invertir en infraestructuras de cuidado resilientes: construcción o fortalecimiento de centros de atención infantil, residencias para personas mayores y hospitales con sistemas sostenibles y preparados para enfrentar eventos climáticos extremos.
No obstante, también se debe promover sistemas de producción y consumo basados en el cuidado y la regeneración. Implementar modelos económicos que prioricen la cooperación, la reparación de ciclos naturales y el uso justo de los bienes comunes.
En palabras de Corinna Dengler, la economía del cuidado no es un apéndice del sistema: es la base sobre la que todo lo demás debería sostenerse.
6.3 Propuestas para una transición justa con perspectiva de cuidados
Construir este nuevo contrato social implica también repensar la gobernanza y los marcos jurídicos desde una perspectiva ecofeminista. Algunas propuestas fundamentales incluyen:
– Reconocimiento del derecho al cuidado como pilar fundamental de las políticas climáticas. El derecho a recibir y brindar cuidados debe ser protegido mediante normativas que lo integren en la acción climática.
– Creación de redes comunitarias de apoyo mutuo, donde se fomente la organización de comunidades para la autogestión del cuidado y la sostenibilidad ambiental. Si se gestiona de forma democrática y cooperativa, se promueve la resiliencia y el poder colectivo.
– Asegurar que las mujeres, juventudes y las comunidades más afectadas por el cambio climático tengan un rol central en la toma de decisiones sobre políticas ambientales y sociales. La justicia ambiental no puede construirse sin las voces de quienes históricamente han sido excluidas del poder.
Este nuevo contrato social debe reconocer que la sostenibilidad de la vida, humana y no humana, depende de nuestra capacidad colectiva de proteger, cuidar y regenerar. No se trata solo de sobrevivir al colapso, sino de crear condiciones para que la vida florezca de otras maneras, o maneras ya aprendidas y no tenidas en cuenta actualmente. Integrar el cuidado en las políticas climáticas no es una opción, sino una condición esencial para garantizar una transición justa, equitativa y profundamente humana hacia un futuro habitable.
7. Conclusión final
En este tiempo donde se entrelazan crisis climática, social y emocional, no alcanza con ajustar el existente, sino que es necesario imaginar otro horizonte de la civilización, donde cuidar no sea una carga invisibilizada, sino un principio en la organización de la vida colectiva. La crisis climática no solo nos enfrenta a límites físicos, sino también a límites éticos y culturales: ¿qué vidas son valiosas?, ¿a qué estamos dispuestas a renunciar para sostener el mundo?, ¿quién realmente sostiene lo que parece que se sostiene solo?
Frente al colapso, no hay recetas mágicas, pero sí principios comunes que ya germinan en los márgenes: el cuidado como práctica política, la justicia como una brújula y la comunidad como la respuesta. Las experiencias ecofeministas, indígenas y populares lo vienen diciendo desde hace tiempo: el futuro no se construye desde arriba ni en soledad, se teje con vínculos, con memoria, con ternura organizada, desde la base.
Así que integrar los cuidados en la lucha climática no es solo una estrategia para resistir, sino una forma de transformar profundamente nuestras prioridades y nuestras formas de habitar la Tierra. Porque tal vez no hay gesto más radical, en tiempos de derrumbe, que poner la vida en el centro y sostenerla, una vez más, con las manos, con el cuerpo, con la palabra, con la esperanza.